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-No es eso, ¡pecador fui yo a Dios! -respondió Sancho-, sino que yo tengo por cierto y por averiguado que esta señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi madre; porque, a ser lo que ella dice, no se anduviera hocicando con alguno de los que están en la rueda, a vuelta de cabeza y a cada traspuesta.

Y olvidó su cervato, su ballesta y su roto caftan de sangre rojo, y Leila, ansiosa, de terror traspuesta, ¡Que él se salve! exclamó ¡yo estoy dispuesta! ¡Sálvame , Señor, que á me acojo! Á poco, fiero se mete sobre un caballo lanzado á rienda suelta, en el prado, un fatídico jinete. Deshecho su capellar, al aire en desórden flota; y de su roja marlota el recrujiente ondear;

Acongojose con esto doña Guiomar, y al suelo viniera traspuesta, si no la sostuviera en sus brazos su fiel doncella Florela; y cuando todo pasó y renació el silencio y tornó la calma; bañados en lágrimas los dulces ojos y la bella color mudada, dijo a Florela con una voz en que se entendía claramente lo que en su alma había de temor y de esperanza: ¡Ay, amiga Florela, que si esto es amor, a Dios pluguiera que nunca hubiera yo amado en mi vida! ¿y quién había de decirme a que a tal punto había de traerme un hombre a quien no más que tres veces he visto, y aun así como sombra que pasa, o mentida imagen de un sueño, que al despertar se pierde?

Para ello a menudo necesitaba despertar a su joven esposa, que después de las comidas gozaba en sentarse sobre sus rodillas y quedar un momento traspuesta con la cabeza apoyada en su hombro. Crueldad estúpida de la cual no se daba bien cuenta.

Visita bebió un poco más de lo ordinario y se quedó traspuesta algunos instantes en un sofá, mientras su marido leía el periódico que había enviado a comprar. ¡Ea, ahora con la música a otra parte! exclamó al cabo la ciega levantándose y sacudiendo la pereza. ¿A qué parte? preguntó Cirilo riendo. Adonde la proporcionan mejor en Madrid; al circo del Príncipe Alfonso. Y así se verificó rápidamente.

A decir verdad, siempre le había sorprendido un poco que su penitenta no se acordase de la vida monástica, tan conforme con sus inclinaciones. Luego, la edad a que había llegado, traspuesta ya la primera juventud, no hacía temer que su resolución fuese hija de un deseo efímero, de una fugaz exaltación romántica, como suele acaecer a las niñas de quince a veinte años.