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, ella estaba allí, tan cerca, que sentía el fino aroma de iris con que perfumaba sus cabellos, tan cerca, que podía tocar el extremo de su vestido avanzando la mano. ¡Ay! tantas veces aquel ademán había hecho desvanecer su sueño, que no se arriesgaba ahora. María Teresa se sentía retenida en el canapé como por invisible lazo. Sin embargo, Juan no la miraba, ni pronunciaba una palabra.

De aquí una cierta tendencia, que constantemente se manifestaba en sus trajes, hacía el ropaje, esto es, hacia la amplitud de los pliegues, hacia la vestidura larga. Su figura gallarda, majestuosa, ganaba mucho de esta manera. Algo la pronunció después de casada, pero no llegó a exagerarla, retenida por su buen gusto. Solía vestirse de blanco.

En las hojas de aquel ancho cuaderno de satinadas tapas negras, presentía una dolorosa revelación. En tanto Laura, recordando vagamente que había dejado el diario en la mesita, bajaba la escalera del vestíbulo. Pero se paró, indecisa, como retenida por una preocupación.

En esto fueron entrando otras muchas personas en el salón. Llegaron Mariana Calderón y su hija Esperanza, los condes de Cotorraso, Pepa Frías y su hija Irene. Esta última traía el semblante pálido y ojeroso: como que salía de la cama donde había estado algunos días retenida por una afección nerviosa. Ya que estuvo poblado, la marquesa les invitó a pasar al oratorio y así lo hicieron.

Durante el invierno, la Condesa Poldy, retenida en el castillo por las lluvias y los hielos, no daba tan largos paseos ni eran sus excursiones tan reposadas y contemplativas como en la primavera y en el verano. Pero, durante la primavera, se desquitaba bien de su forzada reclusión permaneciendo largas horas en el bosque.

Para cada gota marina que corrió en otro tiempo por el arroyo, difiere la duración del viaje; una, apenas entrada en el océano, es absorbida por las frondas de una alga marina y sirve para hinchar sus tejidos; otra es absorbida por un organismo animal; una tercera, retenida por un cristal de sal, se deposita en una playa arenosa y otra aun se cambia en vapor y vuela invisible por el espacio.

La pensión de la señora, como viuda de intendente, había sido retenida en dos tercios por los prestamistas; los empeños sucedían a los empeños, y por librarse de un ahogo, caía pronto en mayores apreturas. Su vida llegó a ser un continuo afán: las angustias de una semana, engendraban las de la semana siguiente: raros eran los días de relativo descanso.

El duque tenía en su casa un convite de Estado, y era de esperar que aquella noche no viniese á palacio; la camarera mayor estaba retenida por las obligaciones de su cargo en el alcázar hasta la hora de recogerse la reina, que era bastante avanzada; urgía avisar al duque, pero la dificultad estaba en procurarse un intermediario de confianza.

La furia del conde, retenida por algunos minutos, estalló y le cegó. Era robusto, tenía unos puños de hierro, y sacudía con el sable una lluvia de tajos sin orden ni concierto. Cuatro veces tocó a D. Luis, por fortuna siempre de plano. Lastimó sus hombros, pero no le hirió. Menester fue de todo el vigor del joven teólogo para no caer derribado a los tremendos golpes y con el dolor de las contusiones. Todavía tocó el conde por quinta vez a D. Luis, y le dio en el brazo izquierdo. Aquí la herida fue de filo, aunque de soslayo. La sangre de D. Luis empezó a correr en abundancia. Lejos de contenerse un poco, el conde arremetió con más ira, para herir de nuevo: casi se metió bajo el sable de D. Luis.

Luego se pasó la mano por la frente como si hubiera querido arrancarse un pensamiento horrible, y haciendo un poderoso esfuerzo se separó de la mesa á la que parecía retenida por una influencia fatal. Don Juan estará esperando dijo al bufón. ¡Oh! ¡no piensas más que en él! dijo el tío Manolillo sin detenerse en su paseo. , , es verdad; quiero verle cuanto antes; quiero concluir; id por él.