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Ten confianza en la bondad de Dios. Dicho esto, abrió la puerta, salió de la habitación y bajó precipitadamente la escalera. Doña Beatriz volvió vacilando y tropezando hasta la sala. No podía ya sostenerse. Cayó desplomada en el sofá. Después de un instante de calma y de silencio, rompió en gemidos y sollozos y vertió un mar de lágrimas. Acudió entonces el ama Teresa.

El señor de Brenay, que no parece más que raras veces por su salón, estaba paseándose con agitación febril que sacudía con bruscos movimientos sus bigotes largos y retorcidos. La de Brenay, desplomada en una butaca, parecía aniquilada y olvidaba por completo el cuidado de conservar sus maneras aristocráticas. Petra, muy encarnada y como vergonzosa, estaba mordiendo rabiosamente el pañuelo.

«Mátameles, ... añadió la diabla, retorciéndose las manos . ¡Hijos ella!... En el infierno los tendrá...». Cayó desplomada sobre las almohadas, chocando la cabeza contra los hierros de la cama. Maxi alargó la mano y recogió el billete, que estaba aún sobre la colcha.

En su ciego arrebato, desnudó Balarán la daga que llevaba en el cinto y se la hundió a Urbási en el seno, causándole instantánea muerte. Atónitos, estupefactos quedaron los de uno y otro bando, al ver caer a Urbási desplomada en el suelo.

Cayó desplomada la hermosa doncella. Un grito de horror salió del pecho de cuantos la rodeaban. Algunos corrieron en persecución de los criminales, que huían por el monte arriba. Otros acudieron á socorrerla. Demetria se revolcaba en el suelo soltando torrentes de sangre que enrojecían el alabastro de su cuerpo y el verde de la pradera.

¡Virgen de la Soleá! ¡Mis hijos!... ¿Qué van a comé los pobres churumbeles si su pare no pué picá?... Carmen se levantó. ¡Ay, no podía más! Iba a caer desplomada si seguía en aquel sitio obscuro estremecido por ecos de dolor. Necesitaba aire, ver el sol. Creía sentir en sus propios huesos el mismo suplicio que hacía gemir a aquel hombre desconocido. Salió al patio.

Mi tía tomó posiciones para levantarse; pero, al ponerse de pie, sintió algo extraño, algo terrible pasar por su cabeza; quiso dar un paso y cayó desplomada sobre el pavimento.

La señora de Aymaret se interrumpió; Beatriz, cubierto el rostro de palidez mortal, la miraba con aterradora fijeza... débil contorsión plegó sus labios, apoyó la espalda contra los arrayanes, pero sus rodillas se doblaron y cayó desplomada.

Alicia fué extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas olas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima.

Federico sintió a la yegua temblar debajo de y como si fuese a caer desplomada. Sabía lo que esto significaba, y se preparó. Apártate, Simón, te conozco, maldito bandido; déjame pasar o verás... Dejó la frase sin terminar.