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Actualizado: 2 de junio de 2025
En el centro de aquel templo fantástico, iluminado por lámparas de plata, resplandecía la estatua colosal del hijo de Devaki. Morsamor, conducido por Narada, había admirado todo aquello.
Dejándose persuadir por Narada, había creído en el levantamiento general de toda la India, en favor del predominio brahmánico, y no juzgó prudente ni seguro tratar de volver a Goa, ni dirigirse a otro lugar que no estuviese fuera de los límites de la India.
Los purohitas echaron sobre las brasas canela, sándalo, espliego y otras plantas y yerbas secas y fragantes. Se levantó llama y Narada la avivó más con libaciones de soma divino.
¿Es posible interpuso Morsamor, con cierto despecho que ella, en cuyas encarecidas alabanzas te quedas corto, se complazca tanto en su propio valer, le tome por objeto de culto y se haga incapaz de amar a otro ser humano? Yo que la amo, yo que la adoro, ¿he de perder la esperanza de ser correspondido? Urge que lo sepas todo replicó Narada . No hay vagar para rodeos ni disimulos.
Por ti se siente Urbási capaz de los mayores sacrificios. Por seguirte lo abandonaría todo, e imitando a Savitri fiel consorte de Satyavat, acosaría sin temor a Yama, dios de la muerte, para sacarte de entre sus manos, como tú la sacaste a ella, y estrecharte luego apasionadamente en sus hermosos brazos. Al oír a Narada, el corazón de Morsamor latía y saltaba agitadísimo por júbilo inefable.
Morsamor se echó a los pies de Narada para mostrar su gratitud besándolos. Narada le alzó, le abrazó y se despidió de él, designando el momento en que volvería para llevarle donde Urbási estaba. En una quinta, a corta distancia de la ciudad, secretamente estaba todo dispuesto para la boda que había de ser clandestina, sin festín para los convidados, sin baile y sin música.
No por eso dejaba de estar revestido de costosos tapices y de otros raros adornos, el salón donde se elevaba el pandal, estrado o sitio consagrado a la ceremonia. En compañía de Narada, Morsamor entró allí primero. Llevaba el viejo brahmán vestimenta litúrgica de escarlata, sobre cuyo fondo carmesí se destacaba la barba blanquísima y luenga.
No será, no será mientras yo viva interrumpió Morsamor con ímpetu apasionado . Yo liberté y salvé a Urbási, y Urbási será mía o pereceré en la demanda. No sé cómo ponderarte dijo Narada la alegría y la confianza que tus nobles palabras infunden en mi pecho. Bien puedo ya declarártelo todo sin recelo alguno.
Y él estuvo largo rato desesperado e inquieto, en medio del aplauso popular y de la multitud que le vitoreaba, hasta que vio por dicha que a no mucha distancia, Urbási en compañía del viejo brahmán Narada, subía en un palanquín e iba a salir fuera del recinto murado.
Narada, al contemplar a Morsamor a la luz de las muchas lámparas que en el estrado había, no pudo menos de decirle que competía con el divino Hari, cuando se casó Rukmini en el magnífico palacio de Duarika. No tardó la bella Urbási en aparecer sobre el estrado. La acompañaban cuatro matronas casadas y la seguían sus siervas, y los pocos convidados, amigos íntimos o parientes de su familia.
Palabra del Dia
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