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Era D. Rafael Seudoquis, exaltado patriota primero, después indefinido, luego conspirador perseguido y condenado a horca, pero indultado otra vez y admitido en el servicio por influencias de parientes poderosos. Después que satisfizo la curiosidad de los del café, dirigiose arriba, y al entrar en el hueco de la escalera llamole Aviraneta desde su escondrijo.

«Consistió esto en que cierto señor poderosísimo había interpuesto para con el rey sus buenos oficios, para con la familia del muerto, sus doblones, y en que, perdonado por la viuda y por los hijos, é indultado por su majestad, volvía al goce de mi empleo, como si nada hubiera acontecido.

El jefe del alzamiento «Mangobo» fué después indultado á instancia de otros religiosos que fueron respetados por él. En esta época se pone de manifiesto de modo escandaloso las rivalidades de las distintas órdenes monásticas.

No se conducen mejor Máximo Gómez y su cuadrilla ni atinan con más habilidad á escabullirse de sus perseguidores. Las diferencias que hay son favorables á aquellos antiguos bandidos de la Península, porque no eran incendiarios, y porque, cuando se acogían á indulto, cumplían como caballeros y no volvían á las andadas, engañando y burlando á los que los habían indultado.

Claro está, que si había diablos de esta clase y si Tiburcio contaba entre ellos, al cabo llegaría un momento en que Tiburcio cumpliría su condena y se encontraría indultado y horro de la esclavitud de la culpa. No poco de tan extraña opinión podía apoyarse, según Miguel de Zuheros había oído al Padre Ambrosio, en varias sentencias de Orígenes y de San Gregorio de Nisa.

La Junta de Sevilla había indultado el 15 de mayo a todos los contrabandistas y a los penados que no lo fueran por los delitos de homicidio, alevosía o lesa majestad humana o divina, y esto trajo una partida, que si no era la mejor tropa del mundo por sus costumbres, en cambio no temía combatir, y fuertemente disciplinada, dió al ejército excelentes soldados.

Julî fué la causa de la paliza, que el buen cura administró á unos jóvenes que recorrían el barrio, dando serenata á las muchachas. Los maliciosos, al verla pasar seria y cabizbaja, decían de manera que ella oyese: ¡Si quisiese, Cabesang Tales sería indultado! La joven llegaba á su casa sombría y los ojos estraviados.

Alégrate, mujer decía en el rastrillo el cura a la mujer del indultado . Ya no matan a tu marido: no serás viuda. La muchacha permaneció silenciosa, como si luchara con ideas que se desarrollaban en su cerebro con torpe lentitud. Bueno dijo al fin tranquilamente . ¿Y cuándo saldrá? ¡Salir!... ¿Estás loca? Nunca. Ya puede darse por satisfecho con salvar la vida.