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El Sargento Mayor dice "marchemos:" El otro del peligro se temiendo, "Hagamos alto, dice, pues que vemos Que indios se vienen descubriendo." El sargento replica "caminemos, Que el indio viene á priesa acometiendo:" "Volvamos las espaldas:" "Santiago, No es tiempo ya: haced como yo hago."

Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar con la mayor ternura del mundo y a decille: -Señor, yo no por qué quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa aventura: ahora es de noche, aquí no nos vee nadie, bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días; y, pues no hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes; cuanto más, que yo he oído predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced bien conoce, que quien busca el peligro perece en él; así que, no es bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por milagro; y basta los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado, como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y salvo de entre tantos enemigos como acompañaban al difunto.

Las cosas dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos: las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos, acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos; las que se acometen por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de agua, tanta diversidad de climas, tanta estrañeza de gentes, por adquirir estos que llaman bienes de fortuna.

Correrla entre nosotros, equivalía á pasar las horas de la cátedra jugando á paso en el Prado de Viñas, ó pescando luciatos en el Paredón, ó acometiendo alguna empresa inocente en el Alta.

El carro, en su marcha traqueteante, había dejado atrás al gitano y a Salvatierra, que se detenían para hablar. Ya no le veían. Les servía de guía su lejano chirrido y el plañir de la familia, que marchaba a la zaga, acometiendo de nuevo la canturía de su dolor. ¡Adiós, Mari-Crú! gritaban los pequeños, como acólitos de una religión fúnebre. ¡Se ha muerto nuestra prima!...

El más vivo deseo del gobernador se cifraba en que Miguel de Zuheros y Tiburcio abandonasen la ciudad llevando consigo a los más turbulentos aventureros y acometiendo alguna arriesgada empresa de la que tal vez sería lo mejor que nunca volviesen.

A otros 20 no lejos de los Cerros Calvos, que los indios llaman Mbatobí con la misma fortuna los acabó, excepto uno que se escapó huyendo: con estas dos matanzas se hicieron los españoles mas cautos, y así despues escudrinaban ó exploraban las tierras con tropas mas crecidas: y á la verdad á fines de Enero, habiendo salido un numeroso escuadron, enviaron adelante cinco exploradores, á los que, habiendo el capitan José acometido con poquitos de los suyos, como no hicieren resistencia, los persiguió y mató á cuatro: mas el quinto, escapándose por la ligereza del caballo, llegó corriendo á los españoles, que estaban emboscados detras de las cabeceras llenas de bosque del Rio Vacacay, y esto, acometiendo con un numeroso escuadron al sobredicho capitan, y á pocos de los suyos, como por defecto del caballo cayese en una fosa que habian hecho los toros, le rodearon ó cercaron, y tambien á algunos indios que iban corriendo al socorro del capitan; á quien primero con una lanza, y despues con una pistola, mataron.

La muleta pasó sobre los cuernos, y éstos rozaron las borlas y caireles del traje del matador, que siguió firme en su sitio, sin otro movimiento que echar atrás el busto. Un rugido de la muchedumbre contestó a este pase de muleta. ¡Olé!... Se revolvió la fiera, acometiendo otra vez al hombre y a su trapo, y volvió a repetirse el pase, con igual rugido del público.

El pastor y la pastora le decían que pasara y ella contestaba que muchas gracias... Y por fin ayer se volvieron las tornas, porque Mauricia se enfureció, y acometiendo a doña Malvina le llenó la cara de arañazos... D. Horacio llama a los de Orden Público, y la tarasca se mete en la capilla, rompe el púlpito, vuelca el tintero, hace pedazos todos los libros, arma una barricada con las sillas, y coge la copa en que ellos comulgan, y... la profana del modo más indecente.

Felizmente, don Fernando, todavía llevo la espada al cinto para pelear al Demonio si se atreve conmigo repuso gallardamente el gascón, desnudando su toledano estoque y acometiendo con él a un enemigo invisible... Cuando lo volvió a envainar, agregó, decidor: Pero es ridículo que no aprovechemos estas cortas vacaciones y que, mientras pudiéramos divertirnos, nos quedemos aburriéndonos aquí, con las solemnes caras de tontos que teníamos en los retratos... ¡Bebamos por mis pecados!