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Actualizado: 29 de junio de 2025


Sin embargo, por honradez profesional, le avisó que la signora rubia, la más joven y simpática, había pensado en él al irse, dejando su equipaje en la portería. Se apresuró Ulises á desaparecer. Ya enviaría alguien que recogiese sus maletas. Y tomando otro carruaje, se dirigió al albergo de Santa Lucía... ¡Qué golpe inesperado! Al verle entrar, el portero hizo un gesto de sorpresa y de asombro.

Por la noche vino un chico a traerme dos maletas, y al otro día bien temprano dio allí el señor cura con una chavalita que venía toa tapá. Nos mandó enganchar y, mientras, la chavalita se subió a la casa. ¿Y no observó usted preguntó el presidente si el sacerdote la acompañó arriba? Yo no le vi subir. Si estuvo arriba, fue poco tiempo.

Los compañeros me decian: «Haga U. como nosotros y no le incomodarán con el registro.» Y las pesetas se deslizaban de las manos de los viajeros á las de los guardas y carabineros, con presteza y disimulo, dando por resultado infalible el paso de los baúles y maletas sin registro. Detesto con toda mi alma las aduanas; pero detesto mucho mas la corrupcion.

Su deseo de verlo todo adquirió un carácter alarmante. debes tener retratos, cartas de amor. ¡A saber lo que traes de Europa guardado en tus maletas!... Enséñame tus conquistas, viejo mío. Muéstramelas... para que me ría. Luego admiró el camarote.

Las «petacas» ó maletas de que iban cargadas estas bestias gigantescas estaban repletas de coca, precioso cargamento que emocionaba más á los arrieros de la Cordillera que si fuese oro. Los del país no conocían riqueza que pudiera compararse con estas hojas secas y refrescantes, de las que se extrae la cocaína y que suprimen el hambre y la sed.

Al día siguiente, con gran sorpresa del barrio, pedía hospitalidad en casa de Cabesang Tales el joyero Simoun, seguido de dos criados que cargaban sendas maletas con fundas de lona. En medio de su miseria, aquel no se olvidaba de las buenas costumbres filipinas y estaba muy confuso al pensar que no tenía nada para agasajar al estrangero.

Y volviéndose hacia la inglesa, el hotelero añadió con germana tranquilidad, como quien cumple un deber de su cargo: Monsieur el hidalgo Febrer, marqués de España. Sabía su obligación. Todo español que viaja con buenas maletas es hidalgo y marqués mientras no prueba lo contrario.

¡Oh, Providencia, que alguna vez te acuerdas de los enamorados!... Gillespie, después de tales noticias, bajó al camarote para preparar sus maletas. Pero mientras cumplía este trabajo mecánico, su imaginación empezó á galopar por los campos del futuro, creando instantáneamente las escenas más risueñas. Se vió unido á miss Margaret Haynes, que había pasado á ser mistress Gillespie.

Estos últimos estaban compuestos de plataformas de carga, y en ellas se apelotonaban mujeres, niños, ancianos, revueltos con fardos de ropas, maletas y carretillas que les habían servido para llevar hasta la estación todo lo que restaba de sus ajuares.

Sólo quedaban cuatro horas para la salida del buque; y Ulises, después de recoger sus maletas y enviarlas á bordo, dió un último paseo por todos los lugares donde había vivido con Freya. ¡Adiós, jardines de la Villa Nazionale y blanco Acuario!... ¡Adiós, albergo!... La inexplicable presencia de su hijo en Nápoles había amortiguado el disgusto por la fuga de la alemana.

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