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Hacía sentir en la cocina y sus anexos una autoridad de verdadera patrona; pero apenas sonaba la voz del marido, parecía encogerse en un silencio de respeto y temor. Al sentarse la china á la mesa le contemplaba con sus ojos redondos, fijos como los de un buho, revelando una sumisión devota.

Watson, forcejeando con el herido acababa de arrancarle su rifle é iba á incorporarse; pero vió que el bandolero andino le apuntaba por tenerlo más cerca, y su instinto le hizo encogerse, al mismo tiempo que sonaba la detonación. Gracias á este movimiento, el proyectil no le atravesó el pecho, cortándole únicamente el hombro izquierdo, con una herida superficial.

Sonó otro aullido, pero Jaime volvió a encogerse de hombros. Podía gritar lo que quisiera su desconocido retador... Pero ¡ay! ¡imposible leer! ¡inútil esforzarse por fingir tranquilidad!... Los aullidos repetíanse ahora rabiosamente, como los cacareos de un gallo furioso. Jaime creyó ver el cuello de aquel hombre, hinchado, enrojecido, con los tendones vibrantes por la cólera.

Hablando de cosas superficiales, no le faltaba cierta charla vivaz, semejante al trinar del jilguero; pero apenas se tocaban asuntos serios, creíase obligada, por su papel de niña elegante y casadera, a encogerse de hombros, hacer cuatro dengues y mudar de conversación.

Francisco Montiño no encontraba otra salida al pasmo que le causaba todo aquello, mas que encogerse de hombros y decir: ¡Y yo que hubiera jurado que la reina era una santa! Y luego añadía, en una reacción de la razón y de la voluntad: No, no, señor, es imposible, imposible de todo punto; yo estoy soñando ó me he vuelto loco.

Te dejo, si no quieres acompañarme. Me espera mi nieto; ya sabes que trabaja en el cinema. ¡Pero si á tu nieto lo mataron!... Es verdad que lo mataron; pero trabaja en el cinema. El filósofo se limitó á encogerse de hombros. Sabía por su maestro y protector que no hay que asombrarse de nada en este mundo.

Todas las palabras pronunciadas durante su conversación con Roussel venían á su memoria y la hacían encogerse de hombros, de lástima de si misma, ¡Cómo! ¿Y era ella la que había hablado así? ¿Donde tenía la cabeza cuando había dado aquellas lastimosas respuestas?

Viéndole ella encogerse con una pudibundez de doncella, prorrumpió en insultos. ¡Ya no era el mozo arrogante de otros tiempos, cuando hacía el contrabando y andaba por los colmados de Jerez con toda clase de mujeres! La tal María de la Luz le tenía embrujado. ¡Una gran virtud, que vivía en una viña, rodeada de hombres!...

Pensaba con irónica conmiseración en su existencia antes de conocerla. Creía entonces haber paladeado todas las variedades y complicaciones del amor, y hasta se consideraba hastiado de ellas. Había tenido por suyas mujeres de alto precio, arrebatándolas en una puja de generosidad a los amigos más íntimos con quebranto de su fortuna. ¡Lo que había malgastado años antes, cuando al morir su madre se vio en posesión de una fortuna algo mermada por sus prodigalidades de hijo de familia!... Sus amores en la buena sociedad habían alcanzado igualmente cierta resonancia. Aún guardaba en el pecho una ligera cicatriz, un puntazo recibido en un duelo con cierto señor que, después de tolerar ciegamente todos los amigos anteriores de su esposa, se había sentido de pronto terriblemente celoso de Ojeda. El amor le hacía encogerse de hombros en aquella época de su vida: un pasatiempo como la ambición o como el juego; un dulce engaño para entretenerse.

¿A qué se atribuye su funesta resolución? ¿No había algo que la hiciese prever? preguntó el juez; y la Baronesa, no obstante ser incapaz de callarse, por esa vez se limitó a encogerse de hombros y mirar al Príncipe, para significar que éste era el único que podía contestar.