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Y entretenía a Gabriel con el relato de todas las tentativas de robo realizadas durante el siglo. En la catedral existían riquezas para tentar a un santo. Madrid estaba cerca, y él temía mucho a los ladrones «finos». Después enumeraba todas las precauciones de la vigilancia. Listo y afortunado había de ser quien consiguiera burlarlas. El Vara de plata, el campanero y los sacristanes hacían la requisa antes de cerrar, llevándose Mariano las llaves a la torre. No había que proponerse romper las cerrajas. Eran obra antigua y fuerte, y además, allí estaban ellos para dar la alarma apenas oyesen el más leve ruido. Antes, con el auxilio del perro, la vigilancia resultaba más completa; el animal era tan fino, que bastaba que un transeúnte se aproximase a una puerta exterior para que al momento acudiera ladrando. El señor Obrero, después de muerto aquél, anunciaba meses y meses la adquisición de otro, y no cumplía su promesa. Pero, en fin, aun sin el can, allí estaban los dos, que representaban algo, ¿eh...?

Al cabo volvió con la misma suavidad á amonestar á su querida. «Aquellas confianzas con un hombre á quien detestaba le causaban mucha pena. ¿Qué necesidad tenía de aparecer tan contenta cuando él entraba? ¿Por qué consentía que la hablase aparte y en voz baja?... Ya sabía que todo aquello era agua de cerrajas, que ella no iba á enamorarse de sujeto tan ruin; pero con estas confianzas él se crecía y pudiera pasarse á mayores si no se le atajaba.

Durante el viaje los guardias tratáronle muy cortésmente, dejando traslucir que no concedían importancia alguna a su delito, y que sospechaban que todo se quedaría en agua de cerrajas; pero no consiguió hacerles decir si Tomás había estado en Lada a denunciarlo. Dejáronlo en la cárcel, alojado en el mejor cuarto, que era todavía muy sucio y destartalado.

Sin embargo, los entendidos y prácticos en la materia comprendían que cualquier intentona a mano armada en territorio gallego se quedaría en agua de cerrajas, y que por más rumores que corriesen acerca de armamentos y organización en Portugal, venidas de tropa, nombramientos de oficialidad, etc., la verdadera batalla que allí se librase no sería en los campos, sino en las urnas; no por eso más incruenta.

Currita abrió la gran tapa delantera, cuyas bisagras y cerrajas doradas dejaban ver, a través de sus artísticos calados, un fondo de terciopelo rojo, y entonces apareció el interior de aquel precioso mueble, compuesto de bellísimos arquitos, de galerías en miniatura en que encajaban infinidad de cajoncillos, ocultándose los unos a los otros, con múltiples secretos.

Se figura, barájoles, que porque soy clérigo no he de pedirle satisfacción... Se equivoca... yo lo mismo visto los hábitos del sacerdote, que empuño la espada del militar. Mañana hablaremosDurmiose, por último, en estas disposiciones belicosas, mientras Miguel sonreía entre sábanas, pensando que todo quedaría en agua de cerrajas. No fue así, sin embargo.

Crujían en los camarotes las cerrajas de las maletas; desatábanse correas y paquetes, abandonaban las ropas sus encierros, y las manos diligentes sacudían pliegues y ordenaban piezas con toda calma, sin miedo al vahído del cansancio y a la movilidad que arroja personas y objetos de un ángulo a otro de la inquieta habitación.