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Entre aquellas figuras interesantísimas se veía á Bismarck, al Emperador do Alemania, á Napoleón y á otros grandes hombres. Migajas no cabía en su pellejo de puro orgulloso. Pintar las emociones de su alma cuando se lanzaba á las vertiginosas curvas del wals con su amada en brazos, fuera imposible.

No estaban los sedicientes músicos muy diestros en materia de aires señoriles, pero eran muy amables y pacientes los obsequiosos petimetres; y á fuerza de piafes y silbidos, lograron enseñar al violinista el wals de las patatas.

Y ellas no se hacían de rogar; abrían el piano; una de ellas aporreaba una polka o wals, y las otras, abrazándose en parejas, bailaban, volteaban alegres, riendo, chillando y besándose.

Después del rigodón vino un wals. Ronzal se retiró a fumar un cigarro de papel.

Otra copa. ¡Olé, mi niña, valiente! ¡Siga la juerga! Bailaban en medio del corro algunas muchachas, con torpeza de campesinas, haciendo frente a los viñadores no menos rústicos. Eso no vale gritó el señorito. ¡Fuera, fuera! A ver, maestro Águila continuó dirigiéndose al tocador. Un baile de señorío por todo lo alto. Una polka, un wals, cualquier cosa.

Gritaba la Marquesa, reía a carcajadas Obdulia, sonaba la voz gangosa de una hija del Barón... y atrás quedaba el ruido del wals que comenzaba. «¿A dónde la llevaban?». A cenar. A cenar, hija mía le dijo al oído Quintanar . ¡Y por Dios, Anita, que no se te ocurra negarte... sería un desaire!...