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Y cuando se encontraba a solas con Amalia quejábase de su audacia, le rogaba con palabras fervorosas que fuese más precavida, mientras ella, impasible, gozándose en sus temeridades, sonreía desdeñosamente con su fina sonrisa enigmática. No pudiendo verse sino rara vez en la Granja, Amalia halló medio de hacer más frecuentes las entrevistas confiándose a Jacoba.

Quejábase en su despecho hasta del mal tiempo, como si quisiera hacer responsable de la frialdad invernal a este cambio que lentamente se había efectuado en sus relaciones con la familia payesa.

Conocíase por el repentino aumento de las llamas, que iluminaban de pronto los mohínos rostros de los marineros, agrupados en derredor de la chimenea contemplando el fuego con esa plácida expresión que da el hábito de las hermosas perspectivas y de los horizontes inmensos. También, a veces, quejábase Palombo con dulzura.

Pero las nubes volvían a juntarse, persistía la cerrazón gris, con su constante lloro, e indignábase la gente de la afición contra la temperatura, que parecía haber declarado guerra a la fiesta nacional... ¡País desgraciado! Hasta las corridas de toros iban siendo imposibles en él. Gallardo llevaba dos semanas de forzoso descanso. Su cuadrilla quejábase de la inacción.

Casi tendida ésta en una chaise-longue, quejábase de jaqueca, fumando un rico cigarro puro, cuya reluciente anilla acusaba su auténtico abolengo: tenía sobre las faldas, sin anudarlo, un delantillo de finísimo cuero y elegante corte, para preservar de los riesgos de un incendio los encajes de su matinée de seda cruda, y sacudía de cuando en cuando la ceniza en un lindo barro cocido, que representaba un grupo de amorcillos naciendo de cascarones de huevo en el fondo de un nido.

Y apenas la descubrí, cuando con una maroma me asentaron un azote con hijos en todas las espaldas. Comencé a quejarme; quíseme levantar; quejábase el otro también; dábanme a sólo. Yo comencé a decir: ¡Justicia de Dios! Pero menudeaban tanto los azotes sobre , que ya no me quedó, por haberme tirado las frazadas abajo, otro remedio sino el de meterme debajo de la cama.

Quejábase de su quietismo, de aquella pierna sometida a la inmovilidad, con un peso abrumador, como si fuese de plomo. Parecía acobardado por las terribles operaciones sufridas en pleno conocimiento. Su antigua dureza para el dolor había desaparecido, y gemía a la más leve molestia.

Quejábase ansí mismo de D. Pedro Velázquez, diciendo que por culpa suya, sin 200 botas de vino y más, sin otras vituallas que se llevaban las naves, por no haber dado orden que lo desembarcasen.

Quejábase también el cura: Sana habrá sido vuestra intención, don Miguel, pero, al hablar de , ¡bien pudisteis enaltecer mis virtudes y no pasarlas en tan displicente silencio!

Quejábase con harta razón Fernandito de su falta de memoria, síntoma fatal a veces de los reblandecimientos cerebrales. Mas Diógenes, que no perdonaba ocasión de descargar su terrible mandoble, púsose a recitar como si leyera en el periódico: Hablando de cierta historia, A un necio se preguntó: ¿Te acuerdas ? Y respondió: Esperen que haga memoria.