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El pobre señorito se levantó de un salto, y abrazando con un movimiento lleno de gracia al gimnasta Calixto, se dirigió a la puerta, sin querer entregar al lacayo el envoltorio de sus premios. En la verja del jardín le detuvo el padre rector, que allí estaba despidiendo a los niños; besóle Paquito la mano, y abrazándole él cariñosamente, le habló breve rato al oído.

Todavía estuvo en ganancias un largo rato, hasta que viendo señales de que la suerte se torcía, levantose como jugador experto y salió de la sala abrazado a su amigo. ¿Qué hora es, Miguelillo? Las cinco menos cuarto. ¿Hay ánimo, verdad? le preguntó abrazándole de nuevo con efusión. ¡, hombre, ! Yo tengo ánimo y dinero contestó sonriendo.

Miguel, que estaba pasando un mal rato por el temor de que se pusiera en ridículo, respiró. Querido Mánchester, has estado bastante bien le dijo abrazándole. Y lo creía de buena fe. No podía negarse que Mendoza había progresado mucho.

Caleb, que observó toda esta escena, salió para abrazar al sabio y pedirle que también a él le relatase su porvenir, contando sin falencia sacar mejor partido que sus dos inferiores compañeros de estudio; Lokman le miró entre gozoso e incierto, y abrazándole estrechamente, le dijo: ¡Oh, hijo mío! Ninguna de las líneas de tu frente te anuncian fortuna, al menos para la edad en que vivimos.

¡A que no le das tu cama, Paquito! dijo Santiago, pasando a la alegría inmediatamente. ¡Si no quepe en ella, papá! En la sala hay otra muy grande, muy grande, muy grande... No quiero cama ahora, interrumpió Juan... ¡me encuentro tan bien aquí! ¿Te duele el estómago como antes? preguntó Manolita abrazándole y besándole.

Ya que son tonterías, pero en el cerebro pasan cosas muy particulares. ¿Con que, nenito, desembuchas eso, o no? ¿Qué? El nombre. Déjame a de nombres. ¡Qué poco amable es este señor! dijo abrazándole . Bueno, guarda el secretito, hombre, y dispensa. Ten cuidado no te roben esa preciosidad. Eso, eso es, o somos reservados o no. Yo me quedo lo mismo que estaba.

Y, dando con la mano derecha dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el mono en él, y, llegando la boca al oído, daba diente con diente muy apriesa; y, habiendo hecho este ademán por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto, con grandísima priesa, se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote, y, abrazándole las piernas, dijo: -Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos colunas de Hércules, ¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería!; ¡oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados!

Vamos, quieres convertir a tu mujer en perrita. Dilo francamente. Y abrazándole repentinamente, y besándole con frenesí en los ojos, en las mejillas, en la boca, en la barba, le repetía sin cesar: ¡Dilo francamente! ¡Dilo francamente, pedazo de oso!... Esta boca es mía, y la beso. Esta barba es mía, y también la beso. Este cuello es mío, y lo beso. Estos brazos son míos, ¡míos! y los beso.

Después, abrazándole estrechamente, le recomienda de nuevo mucha devoción al escapulario bendito de la Virgen del Carmen que lleva sobre su pecho; que sea bueno y sumiso; que huya de las malas compañías; que piense siempre en su pobre choza y en su patria..., en fin, cuanto es de necesidad que recomiende una madre cariñosa á un hijo querido en el instante supremo de una larga ó tal vez eterna separación.

Llegó Sansón, socarrón famoso, y, abrazándole como la vez primera y con voz levantada, le dijo: ¡Oh flor de la andante caballería; oh luz resplandeciente de las armas; oh honor y espejo de la nación española!