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Actualizado: 24 de mayo de 2025


No era el beso frente a frente que él había saboreado en otras mujeres, y que llamaba «beso latino». No era tampoco la caricia arrogante de arriba a abajo que había conocido en el camarote de Maud, beso de domadora, egoísta y avasallador, oprimiéndole la cabeza entre las manos crispadas para mantenerle en amorosa sumisión.

Pero las manos, que fray Luis tenía escondidas en las mangas de su hábito, estaban crispadas, y sus uñas se ensangrentaban en sus brazos. Y no contestó á la reina, porque estaba retando con su espíritu; porque estaba pidiendo á Dios alejase de él la tentación.

¡Juan...! ¡Juan! gritó doña Manuela avanzando un paso con ademán imponente, extendiendo las crispadas manos como si fuera a arañarle. ¿Qué hay...? ¿Qué quieres...? No me causas miedo. Los que somos honrados decimos sin temor la verdad.... Ya veo que has llorado, pero a no me engañan tus lagrimitas.

¿Qué ocultas ahí, en tu blusa? ¿Una carta? ¿Qué? Dámela... vamos... dámela.... El muchacho, próximo a llorar, dejose tomar por grado o por fuerza, un papel que estrujaba en sus manos crispadas. La carta no tenía dirección. ¿Para quién es esta carta? Para la señora. ¿De modo que te la han dado para la señorita Julia, para que ella se la a la señora? El niño indicó que .

Sus manos crispadas arrancaban los corchetes de su traje, o comprimían sus sienes, o se clavaban en los almohadones del sofá, arañándolos con furor.... Aunque tan inexperto, Julián comprendió lo que ocurría: el espasmo inevitable, la explosión del terror reprimido, el pago del alarde de valentía de la pobre Nucha.... ¡Filomena, Filomena!

Nos enseñabas a atajar las balas, y a conseguir el triunfo en las derrotas, al corazón cobarde diste alas, llenando las trincheras de patriotas. Luchando te mató bala asesina, y, al caer, no lograron los tiranos, arrancarte la enseña filipina de las sangrientas y crispadas manos.

Tantos y tan recios fueron los golpes, que la criatura, tratando de huir aquel martirio, se agarró con las manos crispadas a las sayas de su verdugo. Sin saber cómo, tal vez por haberse colgado inconscientemente a ellas, la cinta que las sujetaba se rompió y vinieron al suelo, dejando a la costurera solamente con la camisa. Dio un grito de vergüenza y se apresuró a levantarlas.

Y cuando pudo descender de aquel barrio extremo, donde se amontonaba la miseria obrera, Isidro la vio más flaca y amarillenta, llevando al brazo un envoltorio de ropas por entre las cuales salía un llanto desesperado y unas manecitas crispadas por la rabia. Mírale, Isidro... Es Pepín: es tu hermano. Bésalo, hijo mío.

Al mismo tiempo le tomó una mano y comenzó a imprimir en ella vivos y fuertes besos, mientras bañaban sus mejillas las lágrimas y le rompían el pecho los sollozos. El P. Gil quiso arrancarse a aquellas demostraciones, pero no pudo. La arrepentida doncella le tenía sujeto con las manos crispadas. Turbado hasta lo indecible, no supo decir más que...

Separó los ojos de la mancha morada y los movió siniestramente en todas direcciones. Parecía buscar la víctima. Dejó vagar sus manos crispadas sobre la cama, apretando con fuerza la ropa. Quizá buscaba el arma. Pero ni la víctima ni el arma se mostraron. En vez de ellas, tropezaron sus ojos al pasar por la ventana con los almenados riscos de la Peña Mayor, que flotaba á lo lejos en el éter azul.

Palabra del Dia

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