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Actualizado: 24 de junio de 2025


Si quiere conocer los pormenores del martirio de la criatura diríjase a la criada María que hace algunos días dejó de servir en casa de D. Pedro. Suya afectísima amiga, María Josefa HeviaLuis arrugó la carta entre sus manos crispadas. Toda la sangre se le agolpó a la cara.

Silbaban y aplaudían viendo el cabeceo de los santos, mientras algunas mujeres, con arrojo de mártires, insultaban á los impíos, amenazándoles con las manos crispadas.

Bringas estaba en medio de la habitación, el rostro descompuesto, de una palidez aterradora, las manos crispadas, los ojos muy abiertos, muy abiertos... Un mueblecillo, que al lado de la mesa tenía con el cacharro de goma laca y la lamparilla de alcohol para calentarla, había caído empujado por el artista cuando este se levantó atropelladamente de su sillón.

En aquel instante un golpe violentísimo hizo saltar el pestillo de la puerta. Batió ésta con estrépito contra la pared. Escuchose un grito extraño, desgarrador; y unas manos crispadas se agarraron como tenazas a la garganta del fisiólogo.

Unas veces creía sentir que le manoseaban el corazón y se lo estrujaban hasta no poder más; otras veces pensaba que se lo metían entre hielo, y allí lo tenía tiritando sin que valiesen de nada las pieles y franelas que le ponían sobre el pecho, hasta que por una brusca transición entraba en un horno encendido donde se abrasaba de tal suerte que hacía pedazos con sus manos crispadas cuanta ropa le habían echado antes encima; otras, en fin, sentía un animal que clavaba en él los dientes, produciéndole tan agudos dolores que no le dejaban fuerzas para gritar.

Al separar mis manos crispadas de los hierros, sentí la presión de las suyas y una comprimida carcajada que me dejó confuso. ¡Eso! ¡eso! ¡Así me gusta usted, hombre! Ya iba empalagada de tanto dulce. ¿Qué quiere decir esto, Gloria? Quiere decir que no sea usted tan melosito, porque el jarabe cansa y el incienso marea.

Levantaba vivamente la cabeza, apretaba con las manos crispadas el brazo de su amante y escuchaba ansiosamente. ¿No podía venir en él su marido y sorprenderlos? ¡Qué miedo! ¡Qué angustia! Sólo cuando el coche seguía de largo por delante de la casa haciendo vibrar los cristales, se calmaba su congoja y volvía a la vida.

En ciertos momentos sus ojos agrandábanse con expresión de espanto, como si sintiera el contacto de algo frió e invisible en las manos crispadas que tendía ante ella. La tía Alcaparrona mostraba menos confianza que al iniciarse la enfermedad. ¡Si echara la cosa maligna que lleva aentro! exclamó mirando a Rafael.

Palabra del Dia

rigoleto

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