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El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego, junto a él, hizo el suyo Sancho, que sólo contenía una estera de enea y una manta, que antes mostraba ser de anjeo tundido que de lana.

Era demasiado trabajo para un hombre solo. ¡Si al menos tuviera un hijo!... Buscando ayuda, tomaba criados, que le robaban trabajando poco, y finalmente los despedía, al sorprenderles durmiendo dentro del establo en las horas de sol.

Ella se incorporó a su vez, y con semblante asustado dijo: Vámonos, vámonos... puede venir de un momento a otro José... ¿Qué José? El hijo del tío Indalecio... el amo del establo. ¿Y a qué ha de venir ahora? A ordeñar las vacas y echarlas fuera. Andrés quedó un instante pensativo.

El terrible Maltrana, que en las reuniones de la juventud era implacable, no perdonando persona ni institución, escupiendo su bilis sobre todo lo existente, describiendo el país como un establo de bestias en el que no se encontraba ni media persona, ablandábase conmovido ante la más leve muestra de consideración de un poderoso.

El vinoso vapor de los pellejos, el tufo que llegaba del establo y el continuo lanceteo de las pulgas taberniles agravaron su estado de angustia, figurándosele una viva parábola de su envilecimiento. Sentíase humillado y contrito ante Dios; pero su orgullo se exaltaba con agresiva arrogancia al pensar en los hombres.

La casa de Dios se convertía en establo guardador de la fortuna de sus adeptos. El cura, en un rincón, rezaba con las mujeres, siendo cortadas sus oraciones por chillidos de angustia y llantos de niños, mientras en los tejados y la torre los escopeteros exploraban el horizonte, hasta que llegaba noticia de que las aves de rapiña del mar se habían alejado.

No tiene hijos; le heredamos mi hermano Manuel y yo.... Esto es echar margaritas a puercos, y no lo digo por mi hermano, que tiene una hija preciosa ya casadera; dígolo por este miserable que no puede hacer disfrutar a su único hijo las delicias honradas de una buena posición. Siguió a estas palabras un largo silencio, sólo interrumpido por el cariñoso mugido de las vacas en el cercano establo.