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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Se las traduje á mi mujer, que las creyó del caso, las cierro, pongo el sobre respectivo, y á los pocos minutos atravesábamos la calle de Buenavista, con el fin de echarlas al correo. Llegamos á la Plaza de la Bolsa, y las echamos en una estafeta que hay allí.

Y claro está, todas aquellas rosas místicas, oyéndolas, se estremecían en sus cálices y se plegaban tímidamente. Susurrábanse al oído amargas quejas, mas no osaban producirlas en voz alta. D. Miguel era muy capaz de echarlas de la iglesia a coces.

Con cierta instrucción y alguna memoria, quiere echarlas de ingeniosa, y puedes pensar cuánto contribuye a su reputación la presencia habitual de Lacante y cuánto se la envidian. Lo más asombroso es que a él le guste, pues no es posible que se haga ilusiones sobre lo que vale la señora.

Me ocurre echarlas al fuego para entretenerme en ver las llamas que las devorarían en pocos minutos; pero me es imposible resistir al deseo de que sean conocidas estas memorias, escritas por un pobre muchacho, admirador incondicional de aquellos escritores gallardos y de aquellos poetas amables y sentidos que fueron delicia de nuestros padres.

Ella se incorporó a su vez, y con semblante asustado dijo: Vámonos, vámonos... puede venir de un momento a otro José... ¿Qué José? El hijo del tío Indalecio... el amo del establo. ¿Y a qué ha de venir ahora? A ordeñar las vacas y echarlas fuera. Andrés quedó un instante pensativo.

NATILLAS CON BIZCOCHOS. Se hace como la primera fórmula, y antes de echarlas a la fuente se ponen en ésta dos claras a punto de nieve, y se cubre con bizcochos el fondo. Cuando las natillas están casi frías se vierten por encima, si se ponen solo bizcochos sin claras; pueden echarse las natillas calientes.

La obediencia es una virtud que hará las veces de la austeridad. Estoy seguro de que no me darás el disgusto de resistirte. Elena sonrió y presentó el plato sin decir palabra. Lacante se puso muy contento por aquella sumisión sin echarlas de víctima ni sombra de enfado. Cuando llegué, lo encontré radiante. Es buena muchacha la tal Elenita, querido. Nada gazmoña ni rebelde.

Alejado de la sociedad de las mujeres y sin echarlas de menos, quizá porque dentro de su casa tenía lo más grande y exquisito que ellas pueden dar, el cariño tierno, vigilante, la dulzura en la palabra, la abnegación en todos los momentos: dedicado en absoluto al estudio y a su magnífica colección de mariposas, el encuentro con Clementina fué para él la revelación de ese mundo encantado, poético, que a casi todos se aparece más temprano.

Acaso el feudalismo se hallara mejor representado si Gonzalito estuviese más provisto de carnes, pero Araceli no parecía echarlas de menos y se decía a misma con razón que en esta época sólo los plebeyos engordan. La interesante joven tenía, sin embargo, una espina en el corazón. El duque del Real-Saludo no la quería por nuera.

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