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¡Y qué lindo es! ¡qué nuevo! repetía la nena hondamente impresionada ante el flamante baúl, que fue puesto en el cuarto de Melchor, y contemplado escrupulosamente por toda la familia. Cuando Melchor quedó solo, abrió el baúl para empezar la tarea de preparar su viaje, aproximó una silla y sentado en ella quedó contemplando la luciente caja vacía.

Figúrate, ¡qué educación! ¡Pobre pueblo!, y luego hablamos de sus pasiones brutales, cuando nosotros tenemos la culpa... Estas cosas hay que verlas de cerca... , hija mía, hay que poner la mano sobre el corazón del pueblo, que es sano... , pero a veces sus latidos no son latidos, sino patadas... ¡Aquella infeliz chica...! Como te digo, un animal; pero buen corazón, buen corazón... ¡pobre nena!

Pero ¡cállate, condenado! exclamó la muchacha . Puesto a gritar, dale un viva al vino, porque me parece que vienes algo marcado. Estoy borracho, es verdad; borracho de entusiasmo, de vida, de inspiración... El porvenir es nuestro, nena; los jóvenes triunfaremos. eres la belleza, la musa de la juventud: deja que te cubra de flores.

Una vez más la maldad hizo mofa de la ley. De las condiciones morales de Gutiérrez y del amor que su novia le inspiraba, pueden dar idea estas palabras, con que comunicó a Susana el resultado de la entrevista: Mira, nena; coche ni muchos vestidos no tendrás, porque ese hombre es un ladronazo...; por ti... lo siento; por , casi me alegro, para que veas que te quiero de verdad.

El Delfín tocó en los cristales, diciendo: «Si no hay motivo para tanta bulla... Nena, nena negra, abre... Ten calma y no te sofoques... ¡Bah!, siempre eres así...». Pero de dentro de la alcoba no venía ninguna respuesta, ni una voz siquiera. Juan aplicó el oído, creyendo sentir sollozos... gemidos sofocados.

Entonces, por los huecos de la rejilla, de fuera adentro, penetraron estas palabras adelgazadas por la voz, cual si hubieran de pasar por un tamiz finísimo: «Nena, nena... ahora que no te me escapas». Fortunata no hizo movimiento alguno. Se había convertido en estatua. Creía estar sola, y vio que Patria se acercaba pasito a pasito, pisando como los gatos.

Un poco asustada, la nena besó también a su madre, sin efusión de cariño, y como besan a cualquier persona los chicos obedientes, cuando se lo manda la maestra. «¡Ay, qué mala he sido! exclamó la enferma, también sin efusión, como quien cumple un trámite... . Niña de mi alma, bien haces en querer a la señorita más que a , porque yo he sido más mala que arrancada, ¡re...!». Atravesósele el vocablo, y ella hizo como que escupía algo.

Usted, señora mía, tomará lo que le den... Vamos, Feli, págale a esta buena mujer, ya que eres el ama del dinero.... ¡Pues poco bonita que va a estar mi nena cuando meta en estas envolturas de colores sus pantorrillas de diosa!... Se alejaron del corro, llevando ella el regalo en un paquete.

Melchor, que había notado las angustias inmotivadas de Lorenzo, prorrumpió en una carcajada, diciéndole: ¡Vienes temiéndole a ese caballo en el que la nena hace lo que quiere! La... nena... ella... sabe... andar. ¡Pero si cualquiera sabe andar en ese caballo! Es... que... yo... no... lo... conozco repuso Lorenzo sudando a mares y viendo pavorosamente que el fin del alambrado estaba próximo.

Ni aun el tutor logró hacerle comprender lo desatinado de su conducta. Mira, nena le decía, estás jugando con fuego: afirmas que le quieres y al mismo tiempo te niegas a casarte; de modo que si se da a pensar en semejante contradicción... ¡Figúrate!