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No hay nada, y sabes cuándo va... No me sofoques, Marianela, no me sofoques!... Y ¿cuándo vas? El martes. ¿Y él lo sabe? ... ¡Y dices que no hay nada!... ¡Vete, Marianela, vete; te echo, te echo!... Margarita me abraza y me besa en medio de un alborozo en que palpita a brincos su joven corazón. ¿Vendrás, Marianela? Mira que me haces mucha falta... Iré.

Porque he notado que siempre que llevas la mano al bolsillo lo haces con mucho trabajo y la mayor parte de las veces no lo consigues... Eso no puede ser más que reúma... reúma en el brazo derecho. ¡Tío! ¡tío! No te sofoques, que eso se cura con un poquito de aguardiente alcanforado.

No te sofoques, Santiago dijo apaciblemente la anciana , que ya andas en los tres duros y medio, y aunque yo creo como que España no bajará la cabeza, no es cosa de que te el reuma en la cara por lo que hable este mala cabeza de Santorcaz. Pues lo digo y lo repito añadió el viejo soldado . ¡Venir hablándome a de cuerpos de ejército, y de brigadas de caballería, y de cuadros...!

Se me viene a la boca la palabra hermano, las palabras hermano querido, y sin embargo.... Dame más agua. No te sofoques. Tiempo tendrás de decirme lo que quieras.... No necesitas darme satisfacción de nada. Lo que he hecho contigo, por deber lo hice, no por jactancia, por impulso de mi conciencia, no por humillarte con beneficios que contrastaran con tus crueldades.

El guano, como decía Torquemada, no podía menos de dulcificarla; y llegándose a donde estaba el delincuente, que no se había movido de la butaca, le puso una mano en el hombro, empuñando fuertemente en la otra los billetes, y le dijo: «No, no te sofoques... no es para tomarlo así. Yo te digo estas cosas por tu bien...».

¡Mira, Antonio, no me sofoques! Mira que tengo la sangre más negra ya que mis zapatos y no respondo de decía ella con los labios pálidos, temblando de ira. Lo digo y lo repito aquí y en todas partes. ¡Tu madre femenina!... ¡y tu padre masculino! El furor de María-Manuela no tuvo límites al oir el nombre de su padre. ¿Á mi padre también, canalla? ¿Á mi padre también?

Me lo ha enseñado un chico. ¿Qué estás diciendo, cafre? Que pediré limosna. Verás. No me sofoques... A un colegio, a un colegio. Ya me estoy durmiendo... Hasta mañana. ¿No rezas, herejote?». Mariano murmuró algo que no era fácil descifrar, y se durmió sosegadamente. Todavía quedaba en él algo de niño.

¡Ah!, esto está perdido murmuró Jacinta en los respiros que las caricias de su marido le dejaban, ahogándola... . Mira, estate quieto y no me sofoques. No tengo yo gana de bromas. Vamos al caso, niñita mía. Para que yo te cuente lo que deseas saber, es preciso que me cuentes antes a otra cosa.

El Delfín tocó en los cristales, diciendo: «Si no hay motivo para tanta bulla... Nena, nena negra, abre... Ten calma y no te sofoques... ¡Bah!, siempre eres así...». Pero de dentro de la alcoba no venía ninguna respuesta, ni una voz siquiera. Juan aplicó el oído, creyendo sentir sollozos... gemidos sofocados.

¡Es horrible, horrible! ¡Quisiera no haber nacido!... ¡No digas eso, criatura! El mundo hubiera perdido la gracia de tu presencia en él. Pero cálmate, no te sofoques, no te aflijas. Siéntate y... cuenta, cuenta. ¿Qué te sucede? Que se me ha declarado... ¡ay de !... ¿Ay de ? ¡Ay de él, en todo caso!... Pero ¿quién? ¡Quién ha de ser! ¡¡El rey de los «cipreses»...!!