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-Pues vuestra merced, señor mío, lo quiere así -respondió Sancho-, sea en buena hora, y écheme su ferreruelo sobre estas espaldas, que estoy sudando y no querría resfriarme; que los nuevos diciplinantes corren este peligro.

Es un prodigio de actividad; sufre accesos nerviosos en que la vida predomina tanto, que necesita saltar sobre un caballo, echarse a correr por la Pampa, lanzar gritos desacompasados, rodar, hasta que, al fin, extenuado el caballo, sudando él a mares, vuelve a las habitaciones fresco ya y dispuesto para el trabajo.

¡Ah, no! ¡no, señor! exclamó el cocinero agonizando de terror, sudando, estremeciéndose ; yo lo diré todo. Hablad, pues. Habéis de saber, señor, que mi mujer... Pero si no se trata de vuestra mujer exclamó con impaciencia el duque. , ; ya , señor, que no se trata de mi mujer; pero es necesario empezar por mi mujer. Veamos, veamos; seguid.

Bien vienes, Roger, dijo alborozado apenas divisó al joven. Confieso que no soy muy fuerte en achaques de escritura, y aquí me tienes sudando para contar á mi señora la baronesa muchas cosas que quiero decirle, con unos garabatos que se empeñan en no salir derechos y que no los entenderá ella, ni , ni yo mismo.

Era en tales momentos cuando la niña padecía los más crueles castigos, cuando su frágil existencia corría verdadero peligro. El miedo fue otro de los padecimientos que le infligía a menudo. En las altas horas de la noche hacíala levantarse y la enviaba a las habitaciones extremas de la casa en busca de cualquier objeto. La niña tornaba pálida, temblorosa, sudando de angustia.

Duró esta faena preparatoria más de una semana, sudando y jadeando la familia desde el alba á la noche. La mitad de las tierras estaban removidas. Batiste las entabló y labró con ayuda del viejo y animoso rocín, que parecía de la familia. Había que proceder á su cultivo; estaban en San Martín, la época de la siembra, y el labrador dividió la tierra roturada en tres partes.

Fernando, ante estos vestigios de la época del Imperio, evocaba en su imaginación el típico caballero del Brasil tradicional, tal como lo había visto en libros y grabados: galante en sus maneras, sentimental y poético como un lusitano, la cara enjuta y pálida, con ancha perilla, sudando bajo la levita negra y el cilindro lustroso del sombrero de copa, un quitasol bajo el brazo y unos pantalones blancos de hilo por toda concesión al clima de su país esplendoroso.

El médico, una vez satisfecha su curiosidad, miraba á los obreros negros y recocidos por aquella temperatura de infierno, atolondrados por el ruido ensordecedor, sudando copiosamente, teniendo que remover pesadísimas masas en una atmósfera que apenas permitía la respiración. Aresti comprendía ahora la injusticia con que había censurado muchas veces el alcoholismo de aquellas pobres gentes.

¡Claro, como que nació de cabeza! gritó D. Venancio, que estaba al otro lado del lecho, con los brazos remangados, con algunas manchas de sangre en la camisa y en el levitón, sudando, muy semejante a un funcionario del Matadero. ¡Pero estuvo mucho tiempo coronado..., Bonis! , siglos dijo el médico. A ti no se te dijo; se te hizo marchar; pero hubo peligro, ¿verdad, D. Venancio?

Y especialmente en los autos, donde después de haber tenido sudando tanto número de años la paciencia de los doctos y la curiosidad de los discretos, imprime un tomo, ofreciendo los demás para recrecer la sinrazón de no haberlo hecho.