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El motivo fué «el problema del matadero». La ocasión, la siguiente. Don Pedro había manifestado en una casa que don Rudesindo apoyaba el partido de Belinchón sólo porque no se emplazase el matadero en la playa de las Meanas, donde sus casas salían perjudicadas.

Uno en el suelo, con la cabeza junto a la portezuela. El otro caído en la banqueta, con el cuchillo en la mano y la cara blanca como de papel mascado. Acudieron las gentes del Hospital, y manchándose hasta los codos, vaciaron aquella tartana, que parecía un carro del Matadero cargado de carne muerta, rota, agujereada por todas partes. El milagro de San Antonio

Pocos días antes, trajo del campo un rústico una ternerita que se había perniquebrado; iba a llevarla al matadero y venía a decir a mi padre qué quería de ella para su mesa: mi padre pidió unas cuantas libras de carne, la cabeza y las patas; yo me conmoví al ver la ternerita y estuve a punto, aunque la vergüenza lo impidió, de comprársela al hombre, a ver si yo la curaba y conservaba viva.

Tanto me habían hablado de la maldad de los chicos, que fuí a la escuela como un borrego que llevan al matadero. Yo estaba dispuesto a luchar, como Martín Pérez de Irizar, contra cualquier Juan Florin que me atacase, aunque mis fuerzas no eran muchas. Al principio me puso el maestro entre los últimos, lo que me avergonzó bastante; pero pasé pronto al grupo de los de mi edad.

Pasaba la mañana en el Matadero, y por las tardes formaba grupo a la entrada de la calle de las Sierpes con otros vagabundos, admirando de cerca a los toreros sin contrata que se juntaban en La Campana, vestidos de nuevo, con flamantes sombreros, pero sin más de una peseta en el bolsillo y hablando cada cual de sus propias hazañas.

Al llegar á corta distancia del Todopoderoso se cuadró, con las manos pegadas á los muslos y los ojos fijos, lo mismo que un soldado alemán bien disciplinado. Y el Señor le dijo: serás el hombre de guerra, el héroe. Conducirás tus semejantes á la muerte, como el matarife guía los rebaños al matadero.

¿A la iglesia? dijo sorprendido. Entre ellos era costumbre confesarse en casa. Está bien. No hay inconveniente. Pide al ama la llave, y espérame allí. No tardaré. ¡Pluguiera a Dios que hubiese tardado más! Y sobre todo, pluguiérale que hubiera tenido tiempo a lavarse bien. Porque el teólogo despedía de un vaho de matadero que derribaba.

Veintiséis de ellos fueron á Constantinopla para hacer esta declaración, pero á pesar de su carácter sagrado de embajadores, la misma escolta bizantina que les había facilitado Andrónico los asesinó en Rodosto, despedazando los cadáveres en el matadero público y exhibiendo sus cuartos en las mesas del mercado.

17 Que puso el mundo como un desierto? ¿Que asoló sus ciudades? ¿Que a sus presos nunca abrió la cárcel? 18 Todos los reyes de los gentiles, todos ellos yacen con honra cada uno en su casa. No será para siempre la simiente de los malignos. 21 Aparejad sus hijos para el matadero por la maldad de sus padres; no se levanten, ni posean la tierra, ni llenen la faz del mundo de ciudades.

Acercó después el comerciante una silla con ademán misterioso, y sentándose frente al joven y mirándole entre risueño y avergonzado, dijo, dándole al propio tiempo una palmadita en el muslo: Vamos a ver, Gonzalito: ¿qué te parece de la cuestión del matadero? ¿El matadero? preguntó aquél abriendo unos ojos como puños.