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Ahora me las pagarás todas juntas... ¡Cuánto me has hecho sufrir!... ¡Más maldiciones le he echado a ese dichoso convento...! Pero qué guapa estás, nena. Chi. Estás hermosísima. Chi... para ti. El frío aquel de fiebre se trocó de improviso en calor violentísimo, y la risa convulsiva en explosión de llanto. «No es día de llorar, sino de estar alegre». ¿Sabes de qué me acuerdo?

No se puede uno sustraer a los principios prosiguió él . Las conveniencias sociales, nena mía, son más fuertes que nosotros, y no puede uno estar riéndose de ellas mucho tiempo, porque a lo mejor viene el garrotazo, y hay que bajar la cabeza. Yo quisiera que te penetraras bien de esto... Nunca te he dicho nada; pero a veces, aquí mismo he sentido mi conciencia tan alborotada, que...

... mucho... ¡Pues es claro! ¿Vas a negarme que soy tu vivo retrato?... ¡Mírame! dijo Melchor irguiéndose en cómica actitud, y agregó: bueno, ahora hay que preparar todo. ¡Melchor!... ¡Melchor!... ¡Melchor!... entró gritando desaforadamente su hermanita menor: ¡Te han traído un baúl lindísimo y nuevo! Que lo pongan en mi cuarto, nena.

Aquella raza aparte, sentía una afición loca por la música: cantaba en todos los momentos de su vida, y sus cantos tenían la tristeza melancólica del paisaje; pero la emoción era de labios afuera, un sentimentalismo exterior que se perdía en el aire. No, nena dijo el amante. Es tu alma entera lo que pones, sin saberlo, en tu voz.

«No creas balbució la prójima entre sollozos . Te veía venir. Hace días que la estás tramando... Bueno, hemos concluido». No, si yo te querré siempre, nena negra. Sólo que no puedo visitarte más. Alguna vez... no digo que no... Pero así, con esta manera de vivir... imposible. Madrid, que parece grande, es muy chico, es una aldea.

No siento murmuró, moviendo su lengua con gran dificultad , no siento mas que el no verte... y que tal vez no volveremos a vernos nunca. ¡Feli de mi alma gritó Isidro , no digas eso; no lo creas, nena mía!... Volveremos a ser felices. Verás qué bien te tratan allí.

Un instante se vieron solos Juanito y su mujer, y pudieron decirse cuatro palabras. Jacinta quiso hacerle una pregunta que tenía preparada; pero él se anticipó dejándola yerta con esta cruelísima frase, dicha en tono cariñoso: «Nena, ven acá, ¿con que hijitos tenemos?».

Están ensillando caballos para ustedes; yo mandé ensillar el malacara de la niña Lola para don Ricardo, que le había prometido, y para usted un overito de la nena, que es una malva. ¿No quiere un mate?... ¿Dulce? ¿Usted también toma dulce?... le daremos con azúcar. ¿Vamos para allá?... Bueno, ¿y no me desconocerán los perros? Son mansos, no tenga reparo.

No hubo otro medio de reducirla a bañarse exclamó al advertir la admiración de Julián ; y como don Máximo dice que el baño le conviene.... No me pasmo yo de ella respondió el capellán , sino de él, que le teme más al agua que al fuego. A trueque de estar con la nena replicó Nucha , se deja él bañar aunque sea en pez hirviendo. Ahí los tiene usted en sus glorias. ¿No parecen un par de hermanitos?

La señal, oscura el primer día, fue verdeando y desapareciendo. La necesidad de ver a la niña acabó por poder más que las vacilaciones de Julián. Arreglada ya la capilla, sólo en la habitación de su madre podía verla, y allí fue, no bastándole el beso robado en el corredor, cuando el ama lo cruzaba con la nena en brazos.