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Actualizado: 7 de junio de 2025
«¡Ah!, sí, el entierro del pobre Arnaiz... Dime una cosa, ¿me guardas rencor?». La mirada se volvió húmeda. ¿Yo?... ninguno. ¿A pesar de lo mal que me porté contigo?... Ya te lo perdoné. ¿Cuándo? ¡Cuándo! ¡Qué gracia! Pues el mismo día. Hace tiempo, nena negra, que me estoy acordando mucho de ti dijo Santa Cruz con cariño que no parecía fingido, clavándole una mano en un muslo.
No es por el dinero, nena mía; no es por el dinero; es porque tienes una manera de hacer las cosas original; porque tienes la gracia de Dios; porque eres una barbiana.... ¡Toma, toma, retemonísima! Y le abrazaba las rodillas y se las besaba con calurosos ademanes. No contento, se prosternó aún más y le besó los pies o por mejor decir, el tafilete de sus zapatos.
Las espigas de maíz no lo llenaban hasta el techo, dejando algún espacio suficiente para que dos personas minúsculas, como Perucho y su protegida, pudiesen acomodarse y revolverse. El rapaz se sentó sin soltar a la nena, diciéndole mil chuscadas y zalamerías a fin de acallarla, abusando del diminutivo que tan cariñosa gracia adquiere en labios del aldeano.
Al otro día cupo a Julián la honra de encender la efímera lucecilla de la inteligencia naciente en la criatura, paseándole no sé qué baratijas relucientes delante de los ojos. Julián iba perdiendo el miedo a la nena, que al principio creía fácil de deshacer entre los dedos como merengue; y mientras la madre enrollaba la faja o calentaba el pañal, solía tenerla en el regazo.
Palabra del Dia
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