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Actualizado: 2 de junio de 2025
Ella me agradeció por señas y dijo: Estoy todavía un poco débil, me parece que tuviera los miembros rotos; pero espero que mañana podré levantarme y atender a la casa. ¡Gran Dios, qué ideas tienes! exclamé espantada. Ella suspiró. Es necesario, es necesario. No tengo derecho de reposar. ¿Por qué no tienes derecho de reposar? Marta no contestó, poro de repente se puso a llorar amargamente.
Oh sí, estuve loca seguía Anita espantada todavía estuve loca una hora... ¿qué hora? un siglo.... Ya no pedía más que salud, reposo... la conciencia clara de mí misma.... Pero, ¡ay, no! Dios, mi Dios querido... yo... todo, todos desaparecíamos. ¡Todo era polvo allá dentro! Y los ojos de Ana fijos en el espanto, veían sobre la alfombra una imagen confusa del recuerdo formidable.... De Pas callaba.
Yo vengo aquí, sin más autoridad que la del limpio corazón enamorado de lo sublime, a rememorar, siquiera sea brevemente, la vida meritísima y gloriosa, la vida llena de infinitas ternuras y cruentos martirios de ese enorme soñador melancólico, caballero de todas las justicias, que sufrió por la patria al través de los años de su existencia, cuanto hombre puede sufrir, y cayó desplomado de su corcel de guerra, para no levantarse jamás, como un Aquiles de poema, en la trágica hermosura del combate, peleando como simple soldado por la libertad, en un luminoso mediodía de mayo.... Yo vengo aquí a recordar sus doctrinas, su bello y magnífico ideal: la República con todos y para el bien de todos, la República de «ojos abiertos» y sin secretos, la República equitativa y trabajadora, ancha y generosa, altar de sus hijos y no pedestal de ellos, la República cuya primera Ley fuera el amor y el respeto mutuo de todos los derechos del hombre, la República culta, con los libros de aprender al lado de la mesa de ganar el pan, la República con su templo orlado de héroes, la República sin camarillas, sin misterios y sin calumnias, ¡la República! y no la mayordomía espantada o la hacienda lúgubre de privilegios y monopolios irritantes; la República justa y real en donde fuera un hecho el reconocimiento y la práctica de las libertades verdaderas.
¡Virgen Santísima y qué barragán será cuando le crezcan las barbas! exclamó la mujer, espantada de que aquel mancebillo hubiera dado muerte al terrible animal sin la ayuda de nadie. Luego le pidió que le siguiera; pero Ramiro, acercándose a un portillo que abría hacia el campo, apoyó un momento la espada en el muro, y tomando el cuerno tocó tres veces con fuerza.
No se sabe si espantada entonces la cigüeña o enojada del que pudo considerar despojo, se apartó bruscamente de la dama, extendió las alas, salió volando, se remontó en los aires y acabó por perderse de vista.
Este había puesto el pie en el estribo, pero el Platero giraba sin cesar y sin dar tiempo a montar, hasta, que parado un instante Melchor aprovechó para volear la pierna en el mismo momento en que el redomón se tendía de costado, como en una espantada, abalanzándose hasta dar algunos pasos en las patas traseras.
Iban mezcladas dos sensaciones: de punzante lástima la una, de terror y repulsión la otra. Quería apartarse espantada de Artegui, y aun se derretían de compasión sus entrañas sólo al mirarlo. La gente salía de misa; vertía el pórtico ondas y ondas humanas, y Lucía, en pie, no acertaba a separarse de aquella catedral, erguida y blanca como una mártir cristiana en el circo.
No, no, Francisca, no te figures eso exclamé espantada y sin llorar ya esta vez; estoy enferma... Enferma... ¿Dónde? Por todas partes... Una especie de angustia, ¿eh?... Sí. Falta de interés hacia todo... Una idea fija... Sí, sí... Accesos de tristeza... Ganas de llorar... Sí, sí dije sintiendo que las lágrimas se me escapaban con abundancia.
Pasaba esto mientras seguía leyendo; aún estaba aturdida, casi espantada por aquella voz que oyera dentro de sí, cuando llegó al pasaje en donde el santo refiere que paseándose él también por un jardín oyó una voz que le decía «Tole, lege» y que corrió al texto sagrado y leyó un versículo de la Biblia.... Ana gritó, sintió un temblor por toda la piel de su cuerpo y en la raíz de los cabellos como un soplo que los erizó y los dejó erizados muchos segundos.
Y luego seguía la forma de derecho. Hallose asimismo encerradas y temblando, en el aposento de doña Guiomar, a Margarita y a Florela, que como el vulgo dice, murieron por Dios, y no salieron de decir que ellas no sabían nada, sino que cuando se armó aquel no esperado tumulto, Florela se había entrado espantada en el primer aposento que había podido, que había sido aquel en que Margarita estaba, y que de miedo no les sobreviniera algún mal, la puerta habían cerrado y permanecido allí asustadas.
Palabra del Dia
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