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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Oíalo todo Florela, que a poca distancia estaba, entre el follaje de un bello jazmín escondida, y oyó asimismo que Margarita dijo, con la voz apenada y débil, y tan apasionada, aunque quería ocultarlo, como si su voz hubiera salido de en medio de sus doloridas entrañas: ¡Ay, señor mío, que yo también estoy espantada de misma, porque no debiendo tener ni corazón ni alma más que para la desgracia, que nunca lloraré bastantemente, del fallecimiento de la desventurada madre mía, en cosas pienso que tan lejos están de mi madre como de mi ventura!

Y de pronto el maestro se agita nervioso, abre anchos los ojos y grita con angustia: ¡Mi espíritu!... ¡Mi espíritu!... Sus manos se contraen; su mirada se pierde a lo lejos, extática, espantada. Y poco a poco, sosegado de nuevo, su rostro se distiende como en un sueño; la respiración se debilita; algo a modo de una espiración sollozante flota en el ambiente silencioso.

Marta sintió que me había hecho mal; alzando sus delgados brazos hasta mi cuello, me dijo: Compréndeme, Olga; no son celos los que experimento; soy tan poco celosa, que mi deseo más ardiente es que os entendáis ambos después de mi muerte, y que... ¡Después de tu muerte! exclamé espantada. ¡Marta, no digas eso! ¡Es un crimen! Ella se sonrió, triste y resignada. Lo mejor que dijo.

Y añadía furioso el Rojo: ¡Di: a la oreja! ¡tísica o te baldo! ¡A la oreja! ¡a la oreja! El Ratón se vio acosado por todos sus colegas que se le colgaron de las orejas. ¡Zurriágame la melunga! volvió a gritar la madre, y los pillos se dispersaron otra vez. En aquel momento el Magistral se acercó a la niña. La madre dio un grito de espantada.

Porque las casadas, cuando no somos muy tontas, usamos diversos estilos de mirar, y yo le miré como debía. Inesita abrió los ojos y la boca, como espantada, al oír que había diversos estilos de mirar. Doña Beatriz, sin desistir de su idea de que el candor de su hermana le daba más precio, empezó a reflexionar que, si este candor rayaba en ceguera, podía perjudicar a sus planes.

Todos quedaron absortos; unos dudaban, los más se afirmaban en la verdad de aquellas prácticas, y María, apartada al lado, y espantada de semejante maravilla, se deshacía en protestas, de que ella no tenía parte en aquella máquina diabólica, prometiendo no repetir más nunca tan pernicioso ejemplo, y asegurándose con la mano puesta en la cruz del joyel, parecía que ella buscaba un testigo que certificase de su inocencia.

Dicho esto, le entró una congoja y una convulsioncilla de estas que las mujeres llaman ataque de nervios, por llamarlo de alguna manera, seguida de un espasmo de los que reciben el bonito nombre de síncope. Fue preciso traerle un vasito de agua, desabrocharle el corsé, y no qué más. Pero yo... ¿cómo...? exclamaba Rosalía, mucho después, espantada , ¿cómo puedo yo...? Pidiéndolo a D. Francisco.

Tengo que hablarte, Olga murmuró, con la mirada siempre tristemente fija en el cielo raso. ¿Si esperáramos hasta mañana? respondí. No dijo ella, en el intervalo podrían suceder cosas que no deben producirse. A partir de hoy, todo ha concluido entre él y yo. Entonces conoces muy mal a Roberto dije. Pero yo me conozco bien dijo ella. Yo soy quien rompe. ¡Marta! grité espantada.

¡Que me ama! gritó, espantada, dando un salto atrás, y apartándome de su lado con sus dos blancas y pequeñas manos. ¡No! ¡No! gimió. Usted no debe... no puede amarme. ¡Es imposible! ¿Por qué? le pregunté rápidamente. La he amado desde aquella primera noche que nos conocimos. Ciertamente que usted debe haber descubierto hace mucho tiempo el secreto de mi corazón. tartamudeó, lo he conocido.

Miró estas cosas Ido con estupor famélico, no bien disimulado por la cortesía, y le entró una risa nerviosa, señal de hallarse próximo a la plenitud de aquel estado que llamaba eléctrico. La Delfina se volvió a sentar junto a su marido y miraba entre espantada y compasiva al desgraciado D. José.

Palabra del Dia

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