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¡Qué escena!... ¡Ah! ¡pero qué cosa tan linda!... Cuando ella le dice: "Entrad en el cuarto si queréis: podréis manchar mi cuerpo, pero no mi alma...." ¡Ah! ¡Y cuando va al lugar del duelo y recibe la bala que iba dirigida a su marido!... ¡Qué cosa más linda!... Esta le contaba con risa maligna lo acaecido hacía un rato, cuando Clementina se presentó de improviso donde ella estaba con Alcázar.

La calumnia con que el aya había querido manchar para siempre la pureza virginal de Anita se fue desvaneciendo; el mundo se olvidó de semejante absurdo, y cuando la niña llegó a los catorce años ya nadie se acordaba de la grosera y cruel impostura, a no ser el aya, su hombre, que seguía esperando, y las tías de Vetusta. Pero se acordaba y mucho Ana misma.

La vi, sin que ella lo notara, más de dos veces, en la penumbra del carrejo, llevarse con desesperación ambas manos a la cabeza, y la invocar al mismo tiempo, en voz enronquecida y mal dominada, al «devino Dios de las misericordias grandes» y a «la Virgen Santísima de las Nieves, la su madre clemente y amorosa». Deseaba morir de pronta muerte, si en el deseo no pecaba, antes de ser testigo «de eyu» y manchar la vista de los sus ojos en una vergüenza tal.

No por cierto, señores, no ha nacido Nuestra desenvoltura de ocasiones Lascivas segun dan las muestras dello, Sino que á Silvia le rogaba ahora Me hiciese una merced, que ha muchos dias Que se la pido, y no por mi interese, Y ella tambien á me havia persuadido Que un servicio le hiciese, que conviene Para servir mejor la casa vuestra, Y por havernos concedido entrambos Aquello que pedia el uno al otro, En señal de contento nos hallastes De aquel modo que vistes, abrazados, Sin manchar los honestos pensamientos.

Con el mismo esmero con que procuraba no manchar su inteligencia ni su voluntad con ideas o con afectos indignos, atendía a la material limpieza y al honesto adorno de su persona. Doña Luz era en todo la pulcritud personificada.

Poníame a considerar la renta que de esta cantidad, bien administrada, se podía obtener, y me aturdía. Colocadas allá, en Bollo, con buenas hipotecas, podían dar cuarenta mil reales al año, sin manchar la conciencia. Volví a rebajar la mitad.

No, él no quería rebajar la dignidad de su dueño, él no quería manchar el amor que se tenían; por eso buscaba un sitio que mereciera albergarlo algunos momentos: la misma casa de la generala. Esta recibió la proposición sin enfado; pero no quiso aceptarla. Era inadmisible por el riesgo que se corría; se enterarían los criados, o el portero, o los vecinos...

Y la esposa de Reynoso señalaba enérgicamente el suelo con su índice. Las mejillas de Tristán se tiñeron de carmín. Bueno: ¿se pone usted colorado? Mejor, así se demuestra que le queda todavía un poco de vergüenza... Saque usted el pañuelo y póngalo debajo que se va a manchar los pantalones en la arena. Tristán se arrodilló delante de su novia sonriente y ruborizado.

Quizá si se acercaron fue impelidos por la embriaguez que se apodera de los nervios bajo la letal influencia de la viciada atmósfera que forman las mentiras oídas, los perfumes aspirados y los resplandores que deslumbran; fueron como la rama que se inclina sobre el río mientras la violencia de la corriente alza la superficie del agua, sin que pueda notarse si los tallos la buscan, o es ella la que sube hasta manchar sus hojas.

Ello es que en la época de los godos y al empezar la reconquista, había ya Tumbagas de Almendrilla, y los habrá siempre, a no ser que en las páginas de este relato muera el solo individuo que queda de tan nobilísima estirpe. En vano se ha querido manchar el blasón de aquella ilustre casa.