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Actualizado: 10 de junio de 2025


Rey, recibiéndola y cogiéndola continuamente en el azud de la acequia de la Romareda, término de Zaragoza, desde la hora de vísperas del sábado hasta la misma del domingo 1.º siguiente, por precio de mil y quinientos sueldos jaqueses, que confesó haber recibido de S. M. por mano de Estéban de Roda de su real casa y familia.

Y que no permita al colono de D. Casiano que tome agua de la acequia, que no tiene derecho á ello. Y que si necesita cortar algún roble para arreglar el estanque puede hacerlo... No te olvides, ¿eh?... No, no se olvidaría.

Y con el valor del que está en su casa, amenazaban y despedían á unos, dejaban entrar á otros, concediéndoles su protección según les habían tratado en las sangrientas y accidentadas peregrinaciones por el camino de la escuela.... ¡Pillos! Hasta los había que se empeñaban en entrar después de haber sido de la riña en la que el pobre Pascualet cayó en la acequia, pillando su enfermedad mortal.

Ante sus ojos cruzábanse las cañas, formando apretada bóveda, casi al ras del agua. Delante de él iba sonando en la lobreguez un chapoteo sordo, como si un perro huyese acequia abajo.... Allí estaba el enemigo: ¡á él!

Era tan fiera su actitud destacándose erguido en medio de la acequia, se adivinaba en este fantasma negro tal resolución de recibir á tiros al que se presentase, que nadie salió de los inmediatos cañares, y bebieron sus campos durante una hora sin protesta alguna. Y lo que es más extraño: el jueves siguiente, el «atandador» no le hizo comparecer ante el Tribunal de las Aguas.

Calíbar lo seguía sin perder la pista; si le sucedía momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: «¡Dónde te mi-as-dirAl fin llegó a una acequia de agua en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador... ¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar.

Sarrió vive en una casa vieja, espaciosa, soleada, con un huerto, con una ancha acequia que pasa por el patio en un raudal de agua transparente. Sarrió tiene una mujer gruesa y tres hijas esbeltas, pálidas, de cabellera espléndida: Pepita, Lola, Carmen. Tres muchachas vestidas de negro que pajarean por la casa ligeras y alegres.

Cada uno llevaba tras un cortejo de guardas de acequia, de pedigüeños que antes de la hora de la justicia buscaban predisponer el ánimo del tribunal en su favor. La gente labradora miraba con respeto á estos jueces salidos de su clase, cuyas deliberaciones no admitían apelación.

Una tarde del mes de Junio se hallaba el conde en la Granja inspeccionando el trabajo de algunos obreros, que tenía ocupados en abrir una acequia más ancha para el molino. El mozo encargado del ganado vino a decirle que una señora preguntaba por él. ¿Una señora? exclamó sorprendido. ¿No la conoces?

Pasó con prodigioso salto por encima de la familia, galopando furiosamente á través de los campos. Iba instintivamente en busca de la acequia, y cayó en ella con un chirrido de hierro que se apaga. Tras él, arrastrándose cual un demonio ebrio y lanzando espantables gruñidos, salió otro espectro de fuego, el cerdo, que se desplomó en medio del campo, ardiendo como una antorcha de grasa.

Palabra del Dia

rigoleto

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