United States or Saint Martin ? Vote for the TOP Country of the Week !


La huerta se había enterado de que en la antigua barraca de Barret el único objeto de valor era una escopeta de dos cañones, comprada recientemente por el intruso con esa pasión africana del valenciano, que se priva gustoso del pan por tener detrás de la puerta de su vivienda un arma nueva que excite envidias é inspire respeto.

Barret, animado por la posesión de un nuevo rocín joven y brioso, volvió con más ahinco á su trabajo, á matarse sobre aquellos terruños, que parecían crecer según disminuían sus fuerzas, envolviéndolo como un sudario rojo.

Y mientras ellas, que ya comenzaban á llamar la atención de los mozos de la huerta, asistían con pañuelos de seda nuevos, vistosos, y planchadas y ruidosas faldas á las fiestas de los pueblecillos, ó despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa á mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les albaes ó las obsequiaban con rasgueos de guitarra, el pobre tío Barret, empeñado cada vez más en nivelar su presupuesto, sacaba, onza tras onza, todo el puñado de oro amasado ochavo sobre ochavo que le había dejado su padre, acallando así á don Salvador, viejo avaro que nunca tenía bastante, y no contento con exprimirle, hablaba de lo mal que estaban los tiempos, del escandaloso aumento de las contribuciones y de la necesidad de subir el precio del arrendamiento.

Bien sabía él lo que era aquello; ya se irían acostumbrando. Además, tal vez les interesaba ver cómo ardía la miseria que diez años de abandono habían amontonado sobre los campos de Barret. Y ayudado por su mujer y los chicos, empezó á quemar al día siguiente de su llegada toda la vegetación parásita.

Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones; estaban regados con el sudor da la familia; si no fuese por ellos, por los Barret, estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar.... Y ahora venía á apretarle la argolla, á hacerle morir con sus recordatorios, aquel viejo sin entrañas que era el amo, aunque no sabía coger un azadón ni en su vida había doblegado el espinazo.... ¡Cristo! ¡Y cómo arreglan las cosas los hombres!...

Pero aquella mañana, Pepeta, influída por su reciente encuentro, se fijó en la ruina y hasta se detuvo en el camino para verla mejor. Los campos del tío Barret, ó mejor dicho para ella, «del judío don Salvador y sus descomulgados herederos», eran una mancha de miseria en medio de la huerta fecunda, trabajada y sonriente.

Cansada la hoz de encontrar obstáculos, había derribado de un solo golpe una de las manos crispadas. Quedó colgando de los tendones y la piel, y el rojo muñón arrojó la sangre con fuerza, salpicando á Barret, que rugió al recibir en el rostro la caliente rociada.

Pero el valentón sonreía bondadosamente, satisfecho de mostrarse prudente y paternal con este viejo rabioso; y así fué conduciéndole hasta su barraca, donde quedaron él y los amigos vigilándolo, dándole consejos para que no cometiese un disparate. ¡Mucho ojo, tío Barret! Aquella gente era de justicia, y el pobre siempre pierde metiéndose con ella. Calma y mala intención, que todo llegará.

El tío Barret fué derechamente hacia sus campos, y como un perro abandonado, comenzó á dar vueltas alrededor de la barraca. ¡Cerrada!... ¡cerrada para siempre! Aquellas paredes las había levantado su abuelo y las renovaba él todos los años. Aún se destacaba en la obscuridad la blancura del nítido enjalbegado con que sus chicas las cubrieron tres meses antes.

Y siguió adelante, desapareciendo en una revuelta del camino. A lo lejos, en la antigua barraca de Barret, ladraba el perro olfateando la proximidad de su amo. Al quedar solo, Pimentó recobró su soberbia. «¡Cristo! ¡Y cómo se había burlado de él aquel tíoMasculló algunas maldiciones, y cerrando el puño señaló amenazante la curva del camino por donde había desaparecido Batiste.