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Un largo triángulo de patos vuela muy abajo, cual si deseara tomar tierra; pero de pronto los aleja la cabaña, donde brilla encendido el candil. El que va a la cabeza de la columna, yergue el cuello, remonta el vuelo nuevamente, y todos los demás se elevan tras de él con gritos salvajes. No tarda en oírse un inmenso pataleo, que se asemeja a un ruido de lluvia.

Que era lo que estaba haciendo Paquito con Edelmira, su prima. La robusta virgen de aldea parecía un carbón encendido, y mientras don Juan, de rodillas ante doña Inés, le preguntaba si no era verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se ahogaba y tragaba saliva, sintiendo el pataleo de su primo y oyéndole, cerca de la oreja, palabras que parecían chispas de fragua.

Al juntarse y lanzar una mirada hacia el inmediato puesto de coches, cuatro vehículos avanzaron á la vez, como una fila de carros romanos ansiosos de obtener el premio del circo, con estrepitoso pataleo de bestias, crujidos de tralla y gesticulaciones rabiosas de los cocheros, que se amenazaban apelando á la Madona. Iban á matarse entre ellos.

Cuando ya la procesión había salido de la plaza y la escolta de caballería conmovía el adoquinado con su sordo pataleo, los señores de Cuadros y sus amigos abandonaron los balcones, entrando en el salón, profusamente iluminado.

Ya todos aseguraban haber encontrado a don Santos dando patadas a la puerta de la Cruz Roja y desafiando a gritos al Magistral. Había bandos: unos reclamaban la intervención de la autoridad, otros sostenían el derecho del pataleo de Barinaga.

Era un excelente tirador, y sin embargo, hizo un disparo y después otro, sin que la cabalgadura del gaucho cesase en su galope. Iba ya á disparar su última cápsula, cuando el «flete» de Manos Duras titubeó, marchando con más lentitud, hasta que por fin dió una voltereta mortal, levantando una nube de arena con su agónico pataleo.

Su marido Poseidón en las costas griegas y Neptuno en las latinas despertaba las tempestades al montar en su carro. Los caballos de cascos de bronce creaban con su pataleo las olas que tragan á los navíos. Los tritones de su cortejo lanzaban por sus caracolas los mugidos atmosféricos que tronchan los mástiles como cañas.

Algo extraordinario acababa de ocurrir en el buque. Ferragut dormía con la ligereza de un capitán que necesita despertar oportunamente. La misteriosa percepción del peligro había cortado su reposo. Sintió sobre su cabeza el pataleo de veloces carreras á lo largo de la cubierta: oyó voces.

¡Hurra! ¡Viva el señor barón! ¡viva la señora baronesa! ¡Hurra! ¡Y un pataleo! ¡y una de gorras al aire!... Los bandidos se han vuelto locos. Entonces, pienso: «Ella verá, por lo menos, que no se ha casado con un hombre malo. Puesto que mis gentes me quieren...» Y, dispuesto a la emoción, como está uno siempre en circunstancias así, las lágrimas asoman a mis ojos.

Vaciló el viejo sobre sus piernas, pero antes de caer al suelo, la hoz partió horizontalmente contra su cuello, y... ¡zas! cortando la complicada envoltura de pañuelos, abrió una profunda hendidura, separando casi la cabeza del tronco. Cayó don Salvador en la acequia; sus piernas quedaron en el ribazo, agitadas por un pataleo fúnebre de res degollada.