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¡Ven, alma mía!... voy a preguntarte una cosa... ¡Ven, corazón mío! Tomó la cabeza de Marcelita entre sus manos y mirándola fijamente: Marcelita... vas a decirme... una cosa... ¿El qué papá? Titubeó algunos segundos; en seguida, bruscamente, sonriendo con amarga sonrisa: Quiero que me des otro beso... ahora anda... anda a jugar... nena mía... corre. Y Marcelita se fue corriendo.

Parece que es el sacerdote que le dio la primera comunión. ¿Y qué le dice usted que tan largo es? ¿Los pecados mortales? No, por cierto. Podían equivocarse de camino y... figúrese usted. Las cartas se pierden algunas veces. Enséñeme usted la carta, ¿quiere usted? No. ¿Tan graves secretos escribe usted a ese padre Jalavieux? Elena titubeó. No son precisamente secretos... ¿Qué son, entonces?

Elena titubeó algunos segundos, luego partió á largos pasos, y cayó como un rayo sobre la señorita Campbell, á quien, sin embargo, causó la más agradable sorpresa; las dos niñas infortunadas, reunidas en fin para siempre, confundieron sus lágrimas en un tierno grupo, en tanto que la vieja y respetable señora Campbell se sonaba, produciendo el ruido de una gaita.

Era un excelente tirador, y sin embargo, hizo un disparo y después otro, sin que la cabalgadura del gaucho cesase en su galope. Iba ya á disparar su última cápsula, cuando el «flete» de Manos Duras titubeó, marchando con más lentitud, hasta que por fin dió una voltereta mortal, levantando una nube de arena con su agónico pataleo.

Algunas veces... sin duda murmuró la vizcondesa , esa idea ha pasado por mi cabeza... Pero, ¿cómo aceptarla?... ¿Cómo suponer que una decepción, por amarga que ella sea, haga caer a un hombre...? Titubeó un momento. ¡Tan bajo!... dijo Pierrepont, terminando la frase . ¡Pero, por Dios, señora, usted ha sido mi confidente... en esa terrible hora de mi vida!

No seas tonto, hijo mío, no seas tonto. ¿Dónde quieres que los lleve? Yo no tenía más que lo que ya habéis tomado; pero tengo un medio seguro de recompensar tu buena acción. ¿Y cuál? Don Ramón titubeó entonces.

En lo más vivo y animado de la discusión, abriose de nuevo la puerta y entró Magdalena. Sin embargo, no era ya la misma Magdalena que algunas horas antes había surgido ante nuestra vista. Tenía los ojos bajos y titubeó un momento en el umbral; llevaba una manta doblada en el brazo y parecía haber dejado tras la franca resolución que horas antes nos había encantado.

La vizcondesa lanzó un ligero grito, titubeó un momento, mas advirtiendo que se hallaba demasiado lejos de la habitación para ser oída, arrodillóse delante de la joven desmayada e hízole respirar su frasquito de sales, prodigándole al mismo tiempo dulces palabras. Beatriz volvió lentamente a la vida, y mientras se levantaba desconcertada y atónita: ¿Qué he tenido? murmuró en débil voz.

Ansioso de pisar suelo africano y teñir su espada virgen en sangre agarena, saltó Villamelón a tierra, en el sitio que llaman de Cabo Negro, con ánimos bastantes para atravesar todo Marruecos y llegar a Túnez, donde un su abuelo había ganado la Grandeza entrando en la Alcazaba con don Juan de Austria... Mas de repente brotaron de entre las cerradas malezas que cubrían la rojiza playa como el áspero vello de una fiera bestia, varios rifeños dispersos, que recibieron a los exploradores con el fuego de sus espingardas... Villamelón no titubeó un momento: olvidóse de Marruecos, renunció a Túnez y renegó de aquel su abuelo que ganó la Grandeza en la Alcazaba, para ganar él la chalupa a toda prisa y refugiarse en el último rincón de su camarote de la Blanca, sin que volviese a subir sobre cubierta, hasta regresar de nuevo a la Península con patente de enfermo.

Irguiéronse los dos al mismo tiempo, husmearon el espacio, y después de balancearse con cierto titubeo, rugieron, lanzándose viña abajo con un impulso arrollador que hacía saltar la tierra entre sus patas. Eran unos animales casi salvajes, de ojos de fuego y boca roja, erizada de dientes que daban frío.