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De esos resplandores furtivos en el alma impenetrable de mi amada me queda un temor lleno de atractivo y como un deslumbramiento doloroso. Elena al Padre Jalavieux. Septiembre. Otra vez ya, mi buen señor cura. Debe usted de pensar que me doy demasiada importancia y que invado un poco su descanso. Pero ¿es mía toda la culpa? ¿No me anima mucho la bondad de usted?

¿No admira usted, señor cura, cómo me he librado, sin hacer nada para ello, de ese secreto que tanto me pesaba? Elena al Padre Jalavieux. Mi padre lleva muchos días enfermo y con alternativas que nunca le llevan a la convalecencia. Estoy angustiada. Hoy, cuando salía de mi cuarto para ir a instalarme al lado de mi padre, me he encontrado con Máximo.

Mi padre lleva su bondad hasta tomarme por su secretaria, y entonces escribo al dictado u hojeo los libros necesarios para su trabajo y le marco o le copio los párrafos que necesita. Y no puede usted figurarse lo agradable y gloriosa que encuentro así la vida. Lo mejor de todo es que, ahora, hablamos con más frecuencia y más íntimamente, y que cada día lo quiero más. Elena al Padre Jalavieux.

Elena al Padre Jalavieux. Lo imposible sucede algunas veces, señor cura. Mi padre me ha llamado hace un momento y en cuanto le he visto, he conocido que no estaba satisfecho. Ven aquí me dijo, y dame cuenta de tu conducta. ¿Por qué me has mentido? ¿En qué, papá?

Y, por otra parte, no puedo casarme llevando en el corazón una duda insultante contra la que va a ser mi mujer. Elena al Padre Jalavieux. Estoy todavía temblando de miedo, mi buen señor cura. Mi pobre padre ha estado muy enfermo durante dos días y dos noches, y yo he pasado terribles angustias. La gota iba subiendo y los médicos no ocultaban el peligro.

Estoy cierto, sin embargo, de que tenía en la mente alguna maldad contra o contra Luciana... probablemente contra Luciana, que es demasiado hermosa para no suscitar muchas envidias. Creo que no hay para qué atormentarse por los dichos de esa aturdida de Sofía Jansien; y, con todo, aquella conversación me ha preocupado. Elena al Padre Jalavieux.

Pero, es raro, la idea de ver a Lautrec convertido en el hijo de la casa, en la de Lacante, me oprime el corazón... No puedo, sin embargo, casarme al mismo tiempo con Luciana y con Elena, la morena y la rubia... Estoy loco y me voy a la cama. Buenas noches, querido hermano... Elena al Padre Jalavieux. Octubre.

¡Impenitencia final! Elena al Padre Jalavieux. Tiene usted mucha razón, mi buen señor cura, y su sermón ha venido muy a propósito para poner un poco de aplomo en mi cabeza y un poco de prudencia en mi corazón.

Se convino en que iríamos los tres el domingo próximo, y Elena, radiante, nos dio las gracias a Luciana y a como si le hubiéramos hecho un rico regalo. Elena al Padre Jalavieux. Septiembre. Me pregunta usted, señor cura, si tengo amigas y cómo son... Todavía no he encontrado ninguna a mi gusto. Tengo, sin embargo, por vecina a una joven muy guapa, inteligente y artista.

Te contaré mi viaje en la próxima carta. Adiós. Elena al Padre Jalavieux. 30 de octubre. Hemos vuelto a París, mi buen señor cura. Unas cuantas borrascas de lluvia y de viento nos han hecho temer por la salud de mi padre, y hemos dejado la «Villa Sol» a la que el sol no visitaba ya casi nunca.