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Nada más despreciable, en efecto; pero no dejan por eso de surtir su efecto funesto. Por mucho que se proteste contra la infamia del procedimiento, la sospecha queda. Máximo es una prueba... Además, la de Jansien ha lanzado insinuaciones pérfidas, sin querer explicarlas. También eso es despreciable.

Su voz estaba cambiada y su respiración era anhelosa. ¿Por qué niega usted? La vieron a usted entrar. ¿Quién me vio? ¿Quién se atreve a decir eso? La de Jansien... Iba a ver a su abogado, Lehoux, que vive en la misma casa que Lautrec, y ha visto a usted, a usted, Luciana, entrar en casa de ese hombre, donde era usted, sin duda, esperada, puesto que allí se quedó.

Estoy cierto, sin embargo, de que tenía en la mente alguna maldad contra o contra Luciana... probablemente contra Luciana, que es demasiado hermosa para no suscitar muchas envidias. Creo que no hay para qué atormentarse por los dichos de esa aturdida de Sofía Jansien; y, con todo, aquella conversación me ha preocupado. Elena al Padre Jalavieux.

También va Sofía Jansien, una gorda subida de color y de potentes atractivos, cuya historia te contaré un día. Luciana brilla entre aquellas señoras, puedes creerlo, con un fulgor que deslumbra, con su cabellera de oro y su talle de diosa.

En cuanto entré en la sala vi, en primera fila, a Luciana con su madre, y su vista me hizo daño a pesar de la sonrisa afectuosa que me dirigió... ¡Pobre muchacha! No lejos de ella estaba Sofía Jansien gesticulando y agitando un alto penacho multicolor. ¡De qué buena gana los hubiera puesto en la puerta, a ella y su penacho!

En el momento un poco tumultuoso de las despedidas, al separarnos después de la velada, mi padre invitó a todos a venir esta noche a casa a festejar el regreso de Máximo. Todos aceptaron menos la señora Jansien, que estaba ya comprometida, y las de Grevillois, que tienen que estar en Ruán mañana por la tarde y no vuelven hasta dentro de dos días.

Tengo necesidad de sus consejos, de sus observaciones y de su fino espíritu crítico... Y he corrido a casa de Sofía Jansien, a la que había anunciado mi visita. Pero había salido, dejándome una excusa y citándome para mañana. La noche me va a parecer larga. Esa mujer presiente el objeto de mi visita y retrocede todo lo posible. Preciso será que hable, sin embargo, y yo sabré obligarla.

Sofía Jansien resumió todas las opiniones con su voz de clarín: Si ha de perder a su hija, más vale que no la haya educado él mismo, pues así se consolará más fácilmente. Si vive, tendrá tiempo para hacer que olvide el pasado y para hacerla feliz... Señoras, no nos enternezcamos por Lacante... Ha amado y esto basta; su misión está cumplida. El gran negocio en esta vida es el amor.

Luciana preguntó: ¿De qué hablaban ustedes? Decíamos que el verde será el color de moda de este invierno... Si lo duda usted, mire a la de Jansien. Luciana se echó a reír. Es verdad; parece una pradera. Y Kisseler que se había acercado, añadió: No le falta nada; ni la campanilla al cuello. Le falta el pastor replicó Luciana.

Gracias a su dinero y a algunos altos parentescos, Sofía es admitida en sociedad, pero no lleva a su Jansien, que se encuentra más a sus anchas, para satisfacer sus gustos, en el recogimiento del hogar conyugal. Se dice que se llevan bien. Ella no murmura sobre el número de botellas que el hombre se bebe todos los días, y él la deja, sin mal humor, ir adónde le acomoda y hacer lo que se le antoja.