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Actualizado: 25 de octubre de 2025
Como quieras... pero siempre será un hecho que la reputación de esa joven no está intacta... por una razón cualquiera, grave o fútil, antigua o reciente... ¿Qué piensas tú? Mi corazón latía tan fuerte, que me costaba trabajo hablar. Pienso que la de Jansien está, acaso, celosa por la belleza de Luciana y que otras pueden estarlo por su matrimonio...
Se hablaba de Oriente, de las razas asiáticas, de costumbres, de trajes y de otras cosas relacionadas con el viaje de don Gerardo, cuando, de pronto, la de Jansien da un ruidoso suspiro y exclama: ¿Dónde estará usted mañana a esta hora?... Muy lejos ya. Lautrec se echó a reír y respondió: No tan lejos como usted cree.
Me mantuve a distancia, y mientras la de Jansien me confiaba a voz en cuello sus ideas soldadescas sobre el grande y único negocio de la vida, que es el amor, yo me embriagaba, de lejos, con la belleza de Luciana, con su ingenio, con su gracia, con los incomparables encantos de su talle y de sus movimientos, y pensaba que aquellos tesoros eran míos. ¿Comprendes que haya yo podido agradarla?
Me ha jurado que jamás ha oído poner en duda la perfecta corrección de Luciana y me ha aconsejado seriamente que desprecie las denuncias bajas y vagas que no se apoyan en nada, y que no ponga mi dicha a merced de cualquier miserable. Pero Sofía Jansien, sus medias palabras subrayadas con la mirada y con la sonrisa... ¡Bah! Una mujer envidiosa de la belleza de Luciana... y ligera.
La de Jansien afirma haber visto a Luciana entrar sola una mañana en casa de Lautrec y estar allí un rato bastante largo para que Sofía pudiese subir a casa de su abogado, que vive en el tercero, entregarle unos papeles y volver a bajar, precisamente en el momento en que Luciana salía del piso bajo habitado por el joven.
Cuanto más pienso en mi conversación con Sofía Jansien, más convencido estoy de que hizo insinuaciones contra Luciana sobre hechos que no quiere poner en claro. Le basta haberme vertido el veneno y hasta puede que ya lo lamente. Su última frase fue para aconsejarme irónicamente que consultase a mis amigos. ¿Será que ellos también saben, que todo el mundo sabe esas cosas que yo sólo ignoro?
Me ocurre una gran aventura, en la que me he comprometido un poco a la ligera y sin saber cómo saldré. He aquí la historia, señor cura. Ayer noche comimos en casa de la Marquesa de Oreve con las señoras de Grevillois, la de Jansien y unos cuantos hombres, entre los cuales estaba Gerardo Lautrec. Tratábase, justamente, de una comida de despedida antes de su gran expedición a través del mundo.
Y disponíame yo a seguir su ejemplo, cuando Sofía Jansien salió al paso. No tiene usted la menor atención para las antiguas amigas me dijo haciendo monadas. Apenas me ha saludado usted esta noche, y su bella Luciana lo guarda tan severamente, que no se le ve a usted por ninguna parte... Ni siquiera me ha anunciado usted su boda.
La veré, y si la acusación es falsa, como lo afirmo, la de Jansien tendrá que retractarse en público o pediré cuentas al idiota de su marido. Mañana estará Luciana justificada a los ojos de todo el mundo. Lo juro por mi amor ofendido. Máximo a su hermano. 4 de diciembre. La he visto; todo es verdad... Estoy anonadado.
Yo tengo mis amigos y ella los suyos... Cada cual sus gustos... Ella está contenta y yo también. Vi que no sacaría nada de aquel zopenco y me marché, perseguido por la risa violenta de Sofía Jansien... ¡Con qué gusto la hubiera estrangulado!
Palabra del Dia
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