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Díjole ella que aquel señor era uno de los a quien su ama servía; y preguntándola Cervantes cuáles fueran estos servicios, ella le nombró una cáfila de ellos tal, que sin más información quedaron hechas todas las alabanzas, y representados todos los méritos de la tía Zarandaja, y que eran tales, que si la Inquisición o la justicia ordinaria los hubieran sabido, no los hubieran premiado con menos que con quemarla viva, o enrodarla y descuartizarla; en lo tocante al señor que acababa con la tía Zarandaja de encerrarse, dijo la moza que su ama le traía engañado, chupándole los dineros con la promesa de embrujar y hechizar, para que le amase, a aquella misma señora que vivía en la vecindad, y que poco antes había estado allí.

Firmaba esta carta con un nombre supuesto, no ponía en ella fecha ninguna, y encargábale mucho quemarla después de leída y aventar luego las cenizas.

Marucare en aquesto muy furioso, Huyendo de su asiento y de su casa, Porque en quemarla nadie esté gozoso, El propio la ha dejado hecha una brasa. Con Taboba el valiente y ardidoso, Sus mugeres y chusma presto pasa De allí, y tan adentro se ha metido, Que no podrá jamas ser ofendido.

Mientras los novios, sentados en los pendientes ribazos, con los cañares a la espalda, hablaban del porvenir, acariciándose castamente, y en pleno idilio daban fin al puñado de altramuces, Micaela permanecía inmóvil, con la mirada mate fija en el sol, que, como una bola candente, resbalaba por la inmensa seda del cielo sin quemarla, y al acercarse en su descenso majestuoso al límite del horizonte, se sumergía en un lago de sangre.

No pasa un día sin que alguna persona se acerque al general Mendieta y le haga saber que partidas de miles de hombres alzados se encuentran rodeando su finca y que han amenazado quemarla; otros que han visto 500 hombres armados hasta los dientes, que se encontraban esperando el paso de un tren, y cuando se ordena la salida de un escuadrón para el lugar en que se ha dicho que estaba la tal partida, resulta que no se ha visto á nadie y que todo se encuentra en absoluta tranquilidad.

No; yo no soy un gran señor, yo soy un desgraciado. eres más rica que yo, pues vivo de vuestra limosna... Tu padre desea para ti un marido que cultive sus tierras. ¿Aceptas que sea yo, Margalida? ¿Me quieres, «Flor de almendro»?... Con la cabeza baja, huyendo de una mirada que parecía quemarla, ella siguió hablando sin saber lo que decía. «¡Locura!