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Se habían olvidado ciertos pormenores y la mala fe del enterrador tal vez la del capellán también ponía obstáculos reglamentarios. ¡A ver, dónde está Foja! gritó don Pompeyo, que no se encontraba con ánimo para dar otra batalla al obscurantismo clerical. Foja no estaba allí. Nadie le había visto en el duelo.

Paco Gómez era un joven flaco, flaquísimo, alto hasta tropezar en el dintel de las puertas, con una cabecita menuda como una patata, el rostro tan macilento que parecía, en efecto, caminar por el mundo con permiso del enterrador. Y con estas propiedades corporales el espíritu más humorístico de la población. ¡Ole mi niña! exclamó poniéndose en jarras frente al marica.

Ni yo, ni nadie en Italia ha podido gustar de todas esas tristes extravagancias. Las bodas del Pecado y la Muerte, y las culebras que pare el Pecado provocan á vomitar á todo hombre de gusto algo delicado; y su prolixa descripcion de un hospital solo para un enterrador es buena.

Dice la Senectud: "¡Yo te saludo doblando hacia la tierra mi esqueleto; eres el peristilo de mi cripta, eres mi enterrador, eres mi féretro! Noto que ya fermentan los gusanos bajo mi vestidura de pellejo; yo que has de tejerme con tus noches una mortaja negra: sólo ruego que me arranques del cráneo las ideas; ¡queman como rescoldo!"

El cortejo entró en el cementerio, pero no por la puerta principal, sino por una especie de brecha abierta en la tapia del corralón inmundo, estrecho y lleno de ortigas y escajos en que se enterraba a los que morían fuera de la Iglesia católica. Eran muy pocos. El enterrador actual sólo recordaba tres o cuatro entierros así.

Cumplía con la mayor severidad todos los deberes que le incumbían como clérigo y miembro de diversas congregaciones; celebraba misa diaria, ya en su propia capilla, ya en la iglesia parroquial, ya, en fin, en el convento de las Descalzas, por amor á su hija Marcela; visitaba los hospitales, para consolar en sus últimos instantes á los enfermos, y no faltaba á ningún entierro; hasta se dice que en una ocasión hizo oficio de enterrador . El único recreo, que solazaba sus trabajos, era el cultivo de un pequeño jardín, que poseía cerca de su casa.

Me levantaré... o no me levantaré, conforme y según me vea de agallas; pero no porque se le antoje así o asao a ningún enterrador de vivos... porque enterrar en vida es ¡cuartajo! tener en la cama días y días a un hombre como yo, sin calentura ni dolores.

Solo la iglesia conserva en sus archivos una partida de defunción; la campana un triste eco en la noche de todas las ánimas; la tierra un poco más de lodo, y el enterrador unos trozos de leña, restos de los descarnados brazos de una tosca cruz que carcomió y desunió la inclemencia del tiempo. Paseo á caballo. El cocal de las Angustias. La ermita. La esquila del santuario.

Contra este viento, el viejo oponía una voluntad no menos férrea y tenaz. Todo el día se pasaba con su cabeza dura y gris, cubierta por un alto sombrero enlutado, hundido hasta las cejas, leyendo en alta voz las inscripciones funerarias. Las citas de las Santas Escrituras le gustaban y se complacía en corroborarlas con una Biblia manual. Aquélla es de los salmos dijo un día al cercano enterrador.

No me hables de ellas.... ¡Valientes imbéciles! Ni en las aleluyas del mundo al revés.... Se visten como los hombres, con lanilla inglesa; van feas como demonios con esos colores de enterrador, apagados, sombríos; y en el verano gastan, cuanto más, percal de tres reales, con lo que creen ir tan elegantes. ¡Oh, aquellos tiempos míos!