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Por la noche hubo su indispensable bailujan, en el que, hizo los honores con gran desenvoltura una agraciada mestiza, llamada María, si bien ella respondía siempre por el nombre de Angue. De la conversación que tuve con Angue, deduje el estado primitivo de su espíritu.

La comedia que se representó era ya conocida y de poco mérito, aunque compuesta por D. Pedro Calderón. Después hice una visita á este mismo Calderón, que pasa por ser el poeta más eminente, y el ingenio más distinguido de España: es caballero de la Orden de Santiago, y capellán de la capilla de la Reina de Toledo; pero deduje de su conversación, que, en punto á conocimientos, estaba muy atrasado.

Todo lo que acabo de apuntar lo observé, lo comparé, lo pensé, lo deduje en un momento en que estuvimos callando, ella turbada con la mirada baja, y yo contemplándola absorto y enamorado. , enamorado, y enamorado como un loco. Sin embargo, un mismo pensamiento, sin duda, nos hizo ponernos la máscara de la conveniencia.

Mi amo le preguntó por su mujer, y de su contestación deduje que se había casado poco antes, por cuya razón le compadecí, pareciéndome muy atroz que se le mandara al combate en tan felices días.

No supe cuánto tiempo lo estuviera, cuando me despertó el fuerte toser de una persona. Esta parecía hallarse en el corredor, a pocos pasos de , y deduje en seguida que era el «velador», que en toda hacienda suele rondar de noche.

Porque él podía ser ambicioso, pero no tanto como hombre de sano corazón y de nobles miras. »Todo esto le comprendí; todo esto deduje de sus intrincados períodos, y todo ello me dio bien claro a entender a dónde pensaba ir a parar por aquel camino. ¡Eso sólo me faltaba! ¡Y en qué ocasión venía! ¡Estar soñando con néctar de los dioses, y despertar con aquella melaza entre los labios!

Y de lo dicho deduje que tenía un caudal «atroz», y una suerte báaarbara para los negocios, por lo cual esperaba acrecentar sus caudales hasta lo absuuurdo; que no era el mismo hombre «tope a toope» con una dama como yo, que «cara a caara» con el ministro de Hacienda «para plantear un asunto de sus especulaciones... y tal y demás», y hacerse plaza y lugar entre los más respetados en aquellas regiones y las circunvecinas, porque no todas las gentes servían para todo; que si le faltaban prendas para brillar entre las damas tanto como campaba en el «mundo financiero», no era esa una razón para que él renunciase al propósito, bien honrado, de que lucieran en gloria y bienestar de una mujer de su agrado, «de estas prendas y las otras... y tal y demás», los esplendores de sus caudales; y que si no, ¿para qué los quería?