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Y al oir el grito de ¡vivan los novios! que repetía sin cesar el cortejo nupcial, sus cándidas mejillas se coloreaban, sus labios de coral se dilataban con sonrisa dulce murmurando: «¡Una boda!» y tornaba al lecho y se dormía soñando escenas de felicidad que el cielo bendice.

Al encontrarse después sus ojos, se dejaron caer una en brazos de otra sollozando amargamente. Desahogada por el llanto su aflicción, notaron que tenían el rostro manchado. Y por un movimiento simultáneo comenzaron á tomar apresuradamente agua del río y á frotarse con tal ahinco que al poco tiempo sus cándidas mejillas quedaron más rojas que las cerezas. El capitán.

A pesar de la reserva que caracterizaba este documento, no me ha sido inútil; conocí que se iban disipando con el horror de lo desconocido, parte de mis aprensiones. Por otro lado, si había como lo pretendía el señor Laubepin, dos almas cándidas en el castillo de Laroque, era seguramente más de lo que había derecho á esperar, sobre una proporción de cinco habitantes.

Y abriendo los brazos como aspas de molino y sacudiendo puntapiés a un lado y a otro las rechazó groseramente. Herida la susceptibilidad de las cándidas palomas por aquel insólito recibimiento, se escaparon nuevamente al tejado. Algunas más zalameras que persistieron en querer picotearle la cabeza, fueron llamadas a la dignidad por sus compañeras y no tardaron también en remontar el vuelo.

Paseando por los alrededores del Cenobio y admirando los vergeles que le circundaban, estuvieron Morsamor y su gente hasta que pasaron las horas del Recordatorio y volvieron al Cenobio los señores ancianos. Cosa de encanto les pareció el verlos venir. Con pausa solemne venían en dos hileras, como dos centenares de venerables viejos, vestidos de largas, flotantes y cándidas vestiduras.

Esta duplicidad que hace honor á la audacia del señor de Bevallan, pasa, so color de amable familiaridad, con una política y un aplomo, que engañan fácilmente las miradas poco atentas ó demasiado cándidas. La señora de Laroque, y en particular su hija, son completamente ajenas á las perversidades de este mundo, y viven demasiado apartadas de toda realidad para sentir la sombra de una suposición.

Estas manifestaciones dieron motivo á las cándidas líneas que la Gaceta de Sevilla, escrita por Lista, insertaba en su número del sábado 10 de Febrero: «Anoche asistió S. M. á la función que le había ofrecido la Ciudad en el teatro, el cual ha sido abierto al cabo de dos años que permaneció cerrado. Hubo una cantata, comedia, sainete y varias danzas de las propias del país.

Se había quitado los manteos, quedándose en sotana, libre y desembarazado como si estuviera en su casa. Godofredo se levantó apresuradamente al ver a Mario y sus cándidas mejillas se tiñeron de vivo carmín. ¿ por aquí? ¡Cuánto me alegro! Y le abrazó cariñosamente y le obligó a sentarse, poniéndole una copa delante. D. Jeremías no se levantó.

Y el padre y el hijo, las dos almas más cándidas y nobles de la comarca, proseguían silenciosamente su paseo abismados en la admiración que les infundían aquellos miserables á quienes no podían imitar. D.ª Rosario era digna consorte del buen abogado.

No he de negar por esto que, si bien dentro de ciertos límites juiciosos me hechizan, me deleitan y hasta me arrancan aplausos las literaturas regionales, sobre todo cuando son cándidas, espontáneas y sencillas, todavía me asustan y me afligen cuando se convierten en tema y vienen á extralimitarse.