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A eso de las cinco me trasladé al castillo. Las señoras habían vuelto al mediodía. Hallé en el salón á la señorita Margarita, á la señora de Aubry y al señor Bevallan, con dos ó tres huéspedes transeuntes. La señorita Margarita pareció no apercibirse de mi presencia, y continuó conversando con el señor de Bevallan en un tono de animación, que no le es habitual.

La perfidia, la enemistad, errores irreparables, su orgullo y el mío, nos separaban para siempre. ¡Sea! ¡pero nada impedirá á este corazón vivir y morir por ella! Por lo que respecta al señor de Bevallan, no sentía odio alguno contra él; no lo merece. Es un alma vulgar pero inofensiva.

En una región más central, la atención de los convidados estaba monopolizada por el palabreo insubstancial, cáustico y fanfarrón de un personaje, á quien llamar el señor de Bevallan, que goza, al parecer, de los derechos de una particular intimidad.

Por lo demás, no se trata de eso; tenga usted á bien continuar. Pues bien prosiguió el señor Laubepin, viendo que en general se marchaba á esta boda como á un convoy fúnebre, busqué algún medio á la vez honorable y legal, si no de volver al señor de Bevallan su palabra, al menos de hacérsela recoger.

Dígame, Alain, ¿tiene usted un cuchillo? ¿Un cuchillo? repitió la señorita Margarita con el acento de la sorpresa. , déjeme, déjeme hacer. ¿Pero qué pretende usted hacer con un cuchillo? Pretendo cortar una rama dijo el señor de Bevallan. La joven lo miró fíjamente. Creía murmuró que iba usted á echarse á nado.

El bravo Mervyn había corrido tan grave peligro, y él, Bevallan, ¿no se había hallado allí? ¡Fatalidad! Jamás se consolaría... no le quedaba otro remedio que colgarse como Crillon. Pues bien, si estuviese yo solo para descolgarlo me dijo el viejo Alain cuando me acompañaba por la noche emplearía todo el mayor tiempo posible para hacerlo.

Es usted afortunado, viejo bribón; la institutriz le ayudará á tener paciencia. Debo cortarle la lengua ó las orejas, Arturo dijo á media voz el señor de Bevallan avanzando hacia su interlocutor, y haciéndole una rápida seña para que notara mi presencia. Se pasó entonces en revista, en una encantadora mezcolanza, todos los caballos, todos los perros y todas las damas de la comarca.

En el mismo instante el ruido del carruaje los puso en alarma, y después de un apretón de mano, se separaron apresuradamente, marchando la señorita en dirección al castillo y el señor de Bevallan por la parte de los bosques; habiendo entrado en mi habitación y estando aún preocupado con este encuentro, me preguntaba con cólera si dejaría al señor de Bevallan proseguir libremente sus amores por partida doble, y buscar al mismo tiempo y en la misma casa, una novia y una querida.

La hora era bastante avanzada para justificar la precaución que tomé de permanecer oculto en la espesura de un bosque y observar aquellos nocturnos rondadores. Pasaron lentamente delante de : reconocí á la señorita Helouin apoyada en el brazo del señor de Bevallan.

El pañuelo arrastrado por el movimiento constante del remolino, había ido naturalmente á enredarse en las ramas del fatal matorral, á una corta distancia de la opuesta ribera. Fíe en , señorita exclamó el señor de Bevallan. En diez minutos tendrá usted su pañuelo, ó no seré quién soy.