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Con este modo de mirar las cosas no es extraño que todos tuviesen por pretensión exorbitante y por capricho absurdo el afán del Condesito en querer pasar por un amigo devoto o por un adorador petrarquista de doña Beatriz. Alguna disculpa había, fuerza es confesarlo, para tan bellaca incredulidad.

Manolita decía de él que era un chico simpático, aunque vulgarote, y Rafael, el famoso adorador de la tuna, tratábale siempre con un aire de desdeñosa protección, como si tuviese empeño en recordarle de continuo el abismo existente entre una futura lumbrera de la ciencia y un «gozquecillo» de mostrador. Melchor correspondía a este desprecio con una antipatía profunda.

Fernanda charlaba con toda la alegría de su corazón, sin curarse de la timidez de su adorador, al contrario, gozando al ver el empeño pueril con que evitaba el confesar su amor, sabiendo que en cuanto ella diese la señal se entregaría atado de pies y manos. El momento llegó al fin. Un día la hermosa viuda se resolvió a declararse ella. Hablaban del matrimonio; de las segundas nupcias.

Capas negras y pardas, sombreros de copa alta absurdos, horrorosos... todo triste, todo negro, todo desmañado, sin expresión... frío... hasta D. Álvaro parecíale entonces mezclado con la prosa común. ¡Cuánto más le hubiera admirado con el ferreruelo, la gorra y el jubón y el calzón de punto de Perales!... Desde aquel momento vistió a su adorador con los arreos del cómico, y a este en cuanto volvió a la escena le dio el gesto y las facciones de Mesía, sin quitarle el propio andar, la voz dulce y melódica y demás cualidades artísticas.

Influía muchísimo en este aumento el recelo que Juanita tenía de perder a su desdeñado adorador, de que este acabase por sanar de su pasión desgraciada y de que al fin cediese a las insinuaciones o casi mandatos de su hija. Dice un precepto vulgar: «Lo que no quieras comer déjalo cocerPero apenas hay hembra que cumpla con tal precepto cuando se aplica a cosa de amores.

Y echando una rápida mirada hacia fuera para cerciorarse de que no los observaban, se apoderó de sus manos, y le dijo caldeándole con su aliento las mejillas: ; te quiero, te quiero más de lo que te puedes imaginar. Ven mañana a las tres a casa. Clementina no contaba con la femenil impresionabilidad de su adorador.

A la noche siguiente supo Cristeta que ni en París ni en Madrid había tal casa de Garcitola ni solo ni con compañía: y lo peor del caso era que su adorador no mentía. ¡Lo que yo me figuré! exclamó ella. Ahora venga la mano dijo él.

Es que yo he escarmentado en cabeza ajena.... Mire usté que tengo una amiga, ¡ay, la infeliz las lágrimas que ella ha llorado, las palizas que la ha dado su padre y la estimación que ha perdido por un pícaro de esos que la engañó!... No, hijo, no: pobre nací, y no quiero ser señora á costa de tantos trabajos. Muy bien pensado. Pero, entretanto, usted no despide á su adorador.

La Gorgheggi y su adorador se vieron un momento solos en aquel escondite; ella, después de saludar y sonreír al galán como solía, radiante ahora de justa satisfacción por los aplausos que aún resonaban allá afuera, se turbó un punto, buscando con torpe mano el éxito de aquella especie de trampa; y no lo encontró, como si anduviera ciega.

Nuestro héroe, durante un rato, no pudo articular palabra. La voz se ahogaba en su garganta. Estrechó contra su corazón aquél frío cuerpo inanimado, cubriéndolo de besos ardientes. La señora tenía abiertos los ojos, y miraba con melancólica dulzura á su fiel adorador. A pesar de sus horribles heridas y del lastimoso estado de su cuerpo, la noble dama vivía.