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Vuestra conciencia distinguida se alarmaría aún más si supieseis... ¡pero no me atrevo a decirlo!... ¡que me gustan mucho las cursis! ¡Perdón, señores, perdón! Ahora que he confesado mi indignidad descargando el alma del peso que la abrumaba, aguardo resignado vuestro fallo. Condenadme, si queréis, a perpetuos pantalones anchos.

Y alargó al mismo tiempo su mano a Tristán que la estrechó tiernamente. Ya estoy encañonado, y por lejos que me vaya el tiro de Clara me alcanzará. ¡Oh, si supieseis qué lejos he disparado a uno de estos ánades! y mostraba los dos que traía colgados al cinto . Una verdadera casualidad que haya caído... Del lado de allá de la charca grande Fidel levantó los dos. ¡Pan!

Al mismo tiempo sintió Juana que el brazo de Monthélin rodeaba su cintura. Despertose como de un sueño, levantose y rechazándole violentamente exclamó: ¡Ah, mi pobre señor! Si supieseis qué mal momento habéis elegido. No había como equivocarse sobre el acento de su voz y la expresión de su semblante, el sentimiento que la animaba era claramente el del desdén más frío e implacable.

Apenas me escucháis dijo . ¿Qué tenéis? Nada. ¿Habéis llorado? Puede ser. ¿No soy vuestro viejo amigo, para recibir la confidencia de vuestras penas? Yo no tengo penas... No lo que tengo... Tomole con firmeza las dos manos acercándose más y mirándola fijamente. ¡Pobre hija mía! dijo a media voz , ¡si supieseis cuánto os amo!

5 O ¿no habéis leído en la ley, que los sábados en el Templo los sacerdotes profanan el sábado, y son sin culpa? 6 Pues os digo que uno mayor que el Templo está aquí. 7 Mas si supieseis qué es: Misericordia quiero y no sacrificio, no condenarías a los inocentes: 8 Porque Señor aún del sábado, es el Hijo del hombre. 9 Y partiendo de allí, vino a la sinagoga de ellos.

Pueda, pueda que contestaba Asensio. No saben manecar un grande equercito, amigo Asensio. Si supieseis de tática, otra cosa sería. Martín y el extranjero intimaron con Haussonville, con Iceta y con Asenchio Lapurrá y se rieron a carcajadas con los mil quidprocuos que resultaban en la conversación del francés y del vasco.

Y tan feroz miraba, que de miedo, se echó a temblar la tía Zarandaja, y por satisfacerle, y temiendo no empezase por ella con algo que no muy del gusto de ella fuese, se apresuró a decirle: Pues que yo no puse punto en boca al señor Viváis-mil-años cuando en tales honduras se metía, claro os he dado, señor mío, a entender, que mi intento era que todo lo supieseis; y si todo lo habéis oído, vos diréis lo que haya de hacerse, que a vuestro mandato me pongo, y estos dineros que el señor Viváis-mil-años me ha dejado, dispuesta estoy a entregaros.