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Como, en esta acepción, significa burla, chasco, y así lo dice en su Diccionario la Academia, si bien da por anticuada tal voz. Y aún, para más exagerar, como buen andaluz, escribió don Francisco de Leiva en la jorn. II de El Socorro de los mantos: «D. FERNPor Dios que la bellaca me ha picado.

[Nota 69: Por estas multiestupradas de fines del siglo XVI y todo el XVII decía Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache, parte I, libro III, cap. II: «... nunca quien lo come lo paga, o por grandísima desgracia. Siempre suele salir horro el dañador, y después lo echan a la buena barba; siempre suele recambiar en un desdichado.» Y, más tarde, Moreto, en la jorn. II de Todo es enredos amor: «D. F

En él de día y de noche a sus gustos se dedica, y aun harto se mortifica en no dormir en el coche.» Y Calderón, en la jorn. Cayó en gracia esta frase, y los poetas la llevaron y la trajeron, como a la Inés de Yo te lo diré después, y como un siglo antes habían llevado y traído a la bella malmaridada.

Llegué diligente a darla la mano, que recibió salvo el guante, aunque por él rayo o nieve me abrasó....» Otras veces se rogaba que se perdonara el guante. Lope de Vega, en el acto I de El Acero de Madrid, hace decir a Lisardo al dar la mano a Belisa, que ha tropezado y caídose en la calle: «Perdone vuesa merced el guanteRojas Zorrilla, en la jorn.

Lope de Vega, en el acto II de El Caballero de Illescas: «ROBERTO. ...Y tengo gracia en hacer versos, que canto a un laúd. Pérez de Montalván, en la jorn. I de No hay vida como la honra.

A lo que parece, no había grande exageración en estas referencias. De una tal doña Juana decía otra dama en la jorn. I de El socorro de los mantos, comedia de don Francisco de Leiva y Ramírez de Arellane: «Yo donde vive os diré: y es, porque busquéis el fin de ese fuego que os abrasa, la calle Mayor su casa y un coche su camarín.

Para persuadirse de que no hay la errata que sospechó Bonilla basta parar la atención en que a esta calle de espejos que pinta Vélez nadie iba a verse como era, sino a estudiar gestos; uno de ellos, el fruncimiento de labios. Cuanto a ojos, como a todo lo del mundo, cambian las modas, y por esto decía Calderón, en la jorn.

En ranas dijo el mismo autor, en Las Zahurdas de Plutón, haberlas visto convertidas: «Así supe como las dueñas de acá son ranas del infierno, que eternamente como ranas están hablando, sin ton y sin son, húmedas y en cieno, y son propiamente ranas infernales; porque las dueñas ni son carne ni pescado, como ellas. Calderón, en la jorn.

Ingrato el esplendor a tus memorias ardió en las teas que encendió el deseo, y entre infaustos gemidos sin aseo, al tálamo condujo temerosa pronuba Juno a tu querida esposa, que en dulce nudo apenas se vió a tu firme voluntad unida, cuando, de acerbo golpe interrumpida, sulcó estigias arenas: Eurídice feliz fuera, si el llanto no impidiera la fuerza de tu canto.» Y don Pedro Calderón, en la jorn.

Era plato propio de sábado, día en que no se podían comer de los animales terrestres sino los despojos. Vélez vuelve a emplearla en los trancos VII y X. Castillo Solórzano, en La Garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas: «¿Cómo alguacil? replicó el mismo alguacil . ¿Conóceme vuesa merced? Moreto, en la jorn.