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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Sentado ante un gran piano de cola, hacía música á su capricho ó seguía las órdenes del príncipe, melómano de gustos pervertidos por un excesivo refinamiento, que sólo deseaba obras de autores extravagantes y obscuros. Castro, que era pianista, no podía á veces ocultar su entusiasmo ante los prodigios de este ejecutante.

Y esto es más grave si se tiene en cuenta que un cambio esencial se ha llevado a cabo en las postrimerías del siglo XIX en las tendencias y en los gustos literarios y por lo tanto en el espíritu colectivo, un cambio tal que significa la aparición de una nueva época claramente distinta y aun contradictoria de la anterior. Esta época es la que ahora se encuentra en su momento de plenitud y madurez.

Si cedí a una tracción irresistible, no fue sin lucha ni combate. Hoy me confieso vencido y ni mi corazón ni mi razón pueden hacerme avergonzar de mi derrota. Pertenecemos a la misma clase; nada nos separa realmente, ni la educación ni los gustos.

Antes de inflamarme por esta maravilla, el último resplandor de buen sentido, me hizo averiguar los gustos de la que mi madre llamaba ya en el fondo de su corazón «mi deliciosa hija.» »No soy un lobo, ni tengo nada de salvaje, pero tampoco tengo los gustos de un mundano decidido.

Y bien se revelaban estos gustos en toda la casa, particularmente de escalera abajo.

Además de estos gustos que a la relación con Miranda debía, esponjábase el buen viejo que ya sabemos cuán poco tenía de filósofo cuando le encontraban las gentes mano a mano con tan bien portado caballero, íntimo del gobernador y familiar comensal de las gentes más encopetadas de la ciudad.

Justificado á mis ojos por estos testimonios de arrepentimiento, no me parecía sino un hombre naturalmente bueno y sensible, pero arrojado á veces fuera de mismo por una resistencia tenaz y sistemática á todos sus gustos y predilecciones. Creía á mi madre atacada de una especie de enfermedad nerviosa.

La obediencia no es mi fuerte, la pobreza me molestaría y sólo me seduce la castidad. Tales gustos son los de una solterona, pero no son una vocación religiosa. Pero el matrimonio no me seduce tampoco mucho. ¿Estás segura, abuela, de que tengo la vocación del matrimonio? ¡Cómo disparatas, hija mía, cómo disparatas! suspiró la abuela encogiéndose de hombros.

Jamás se describieron con tal lujo de pormenores cosas en rigor muy insignificantes. Lucía estaba ya al corriente de las rarezas, gustos e ideas especiales de Artegui, conociendo su carácter y los hechos de su vida, que nada ofrecían de particular.

Ahora la pobrecita coincide con mis gustos en todo. Por aquí, digo, y por aquí se va.

Palabra del Dia

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