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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Yo cedí en parte a sus lágrimas, en parte a mis propios sentimientos que me decían que no podía haber más allá de aquella amistad apasionada e inocente... Ella me lo agradeció besándome como loca las manos y yo salí por donde había entrado. Apenas había puesto el pie en la arena del camino cuando me volví para enviarle un último beso, murmurando: ¡hasta mañana!
Y no le desprecio y le odio a él sólo, sino también al amor liviano que logró inspirarme. ¿Por qué me enamoré de él? ¿Por qué cedí tan pronto? Por vanidad de creerme amada; por ligereza; por deslumbrarme como una rústica lugareña de sus cortesanas elegancias. Apenas vale el amor que le tuve un quilate más que el amor que él fingía tenerme.
Cedí con la sopa á los reiteradísimos «ponte más, no lo desaires» con que me acosaba la buena señora; y al tratar resueltamente de negarme á repetir de los potajes, tal fué la insistencia de la familia entera, y tanto me solfearon que despreciaba su pobreza, que por no sufrir tan inclemente machaqueo me resolví, con la resignación de un mártir, á jugar la salud en aquel lance; pero me fué imposible transigir con el capón: materialmente estaba ya lleno, rebosando mi estómago.
Sí, sí... hay que decirlo todo... pronto.... No, no. Sí... sí... No... si no digo eso... si lo diré todo... pero ¿qué es todo? Nada.... Si... yo no fuí... si me llevaron a la fuerza... no, eso no. No sé cómo; no sé por qué cedí. Y allí... hay una mujer muy mala.... No, no acusemos a los demás.... Los hechos, quiero los hechos. Yo los diré; los sé yo. ¿Pero qué?
No pretendo ser irreprochable se decía ; pero, sin embargo, no soy un pillo; por lo menos estoy resuelto a contenerme. Prefiero soportar las consecuencias de mi propia conducta y no hacer creer que soy el autor de un acto que nunca habría cometido. Jamás se me hubiera ocurrido gastar ese dinero para divertirme... sólo cedí a una tortura.
Muchas veces había hallado abierta de par en par la puerta sin que me viniese el deseo de entrar. Aquella tarde me detuve en seco, y después de muchas vacilaciones concordantes con escrúpulos tan nuevos como todos los otros sentimientos que me embargaban, cedí a una verdadera tentación y entré. La habitación estaba casi a oscuras.
Cedí y ordené a Sa-Tó que fuese a proponer a la turba una copiosa distribución de oro, si ella consentía en regresar a sus casas y respetar en nosotros a los huéspedes enviados por Buda. Sa-Tó subió a la escalera de la galería, todo tembloroso, y empezó a arengar a la multitud, braceando, lanzando las palabras con la violencia de un can que ladra.
Me dejó libre y me dijo furioso: ¡Basta de farsas! ó, por mi honor, que llamo y te entrego al comisario de policía... Lea ocultó la cara entre las manos y con más rubor que el que le había producido el relato del crimen, dijo sordamente: Tuve miedo... y cedí. Ante mi conciencia, esto es lo que hice más abominable... Jacobo y Lea permanecieron en silencio, inmóviles, penetrados de horror.
Nada de promesas, pero si reúno suficientes materiales lo haré. No se puede pedir más dijo Roberto. ¡Qué materiales ni qué calabazas! exclamó Rosa, haciendo un gracioso mohín. Pero no cedí, y tuvo que contentarse con aquella promesa condicional. Por mi parte, hubiera apostado cualquier cosa a que mi excursión veraniega no daría por resultado ni una sola página.
Pero, ¿qué era lo que os exigía? Vencido por la compasión, cedí a sus deseos, y me encargué de la ejecución de su proyecto... Estáis impaciente, Marta. Yo mismo tengo miedo de esta revelación. Mi espíritu se revela y mi conciencia sufre.
Palabra del Dia
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