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Sí, sí... hay que decirlo todo... pronto.... No, no. Sí... sí... No... si no digo eso... si lo diré todo... pero ¿qué es todo? Nada.... Si... yo no fuí... si me llevaron a la fuerza... no, eso no. No sé cómo; no sé por qué cedí. Y allí... hay una mujer muy mala.... No, no acusemos a los demás.... Los hechos, quiero los hechos. Yo los diré; los sé yo. ¿Pero qué?
Ya estaba aquí antes de la hora en que, según vuestra declaración, salisteis de vuestra casa, maese Marner. Sí, sí prosiguió el señor Macey ; no acusemos al inocente. Eso es contrario a la ley. Es preciso que haya personas que juren que un hombre es culpable, antes que pueda ser detenido. No acusemos al inocente, maese Marner.
Demos gracias a Dios de que ya no se quema vivo a nadie por tales motivos y de que cualquiera puede ser ya impunemente hereje y hasta brujo; pero no acusemos a los españoles del siglo XVI ni a su monarca don Felipe II, de más fanáticos y crueles que a la demás gente de su época. Como cierto y aun como evidente pongo yo lo antedicho.
Mas no acusemos a Dios del uso que puede darse a su obra. Fabrica el alfarero un vaso primoroso, y no es responsable del veneno que luego se deposita en él y que tal vez apura hasta las heces nuestro sediento labio. »Ella es hermosa de alma y de cuerpo. Sus ojos, azules como el cielo, no revelan sino ideas y sentimientos llenos de limpia honestidad.
Palabra del Dia
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