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Para que las cosas fueran en regla, debía ser pobre, y entonces ella trabajaría como una negra para mantenerle. «Si hubieras sido albañil, carpintero o, pongo por caso, celador del resguardo, otro gallo me cantara». «Vaya por dónde te ha dado ahora». «Y nada más». No había medio de quitarle de la cabeza aquella corrección de las obras de la Providencia.

Ella le había tratado de usted hasta este momento, por miedo á ser oída y por mantenerle á distancia, como si hablase con un amigo. Pero la tristeza de su amante acabó con su frialdad. No; yo te quiero á ti... yo te querré siempre. La sencillez con que dijo esto y su repentino tuteo infundieron confianza á Desnoyers. ¿Y el otro? preguntó con ansiedad.

Por otra parte, hija mía, ¿cuántos disgustos, desvelos y cuidados no vendrán sobre ti con el matrimonio? Quiero prescindir de que tu marido acaso sería pobre; y si era también torpe y holgazán, tendrías que matarte trabajando para mantenerle; y quiero prescindir de los sobresaltos y penas que te darían tus hijos, si los tenías.

¿La verdad? ¡Ahora la conozco! contestó con severidad el juez. Usted no es materialmente culpable, y yo no puedo mantenerle ya aquí... ¡Ah! Entonces... Pero su responsabilidad moral es mucho más grave de la que al principio confesó usted, y esa impaciencia suya me parece fuera de lugar, puesto que usted mismo podía, con una sola palabra, haber disipado mis dudas...

Ajustadas las cosas en esta forma, se pusieron en camino, y tuvieron no poco qué hacer, primero con un bosque espesísimo en que gastaron algunos días para abrirle, después con la hambre, no hallando con qué sustentarse, sino una fruta silvestre que sola la carestía de otro manjar hacía dulce y sabrosa; conocióse entonces la ternura de afecto y la reverencia que tenían los gentiles al P. Lucas, porque viéndole descaecido, y que por la suma flaqueza apenas se podía tener en pie, le buscaban á costa de gran trabajo, algún poco de miel, y se quitaban la comida de la boca para tener con qué mantenerle sus fuerzas.

Hanle puesto á la sombra más de tres veces; pero se da ó se daba tal maña para su oficio, que nada se le ha podido probar, y por no mantenerle y por hacer falta muchas veces desocupar la cárcel un tanto para que cupiesen otros presos, se le ha soltado. Ahora vive honradamente de su sueldo, y nada hay que decir de él.

Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían.

Empezó á odiar á estos monstruos, por la sola razón de que interesaban á Freya. Su estúpida crueldad le pareció un reflejo del carácter de aquella mujer incomprensible que le repelía huyendo de él y al mismo tiempo dejaba en su sonrisa y en sus palabras algo semejante á un hilo suelto para mantenerle prisionero.

No era el beso frente a frente que él había saboreado en otras mujeres, y que llamaba «beso latino». No era tampoco la caricia arrogante de arriba a abajo que había conocido en el camarote de Maud, beso de domadora, egoísta y avasallador, oprimiéndole la cabeza entre las manos crispadas para mantenerle en amorosa sumisión.

Pero la dama, como si no advirtiera su turbación ni concediera importancia a sus propias palabras, saltaba inmediatamente a otro asunto. Parecía que tenía gusto en sofocarle, en mantenerle agitado y trémulo. Y en las miradas fugaces que de vez en cuando le lanzaba reflejábase un sentimiento de superioridad, la benévola ironía del que está jugando a otro una burla que ha de terminar en bien.