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En mi tiempo, el muelle largo de Lúzaro, que en vascuence se llama Cay luce, no era tan ancho ni tan bien empedrado como ahora; tenía una pequeña muralla, y en vez de terminar en el Rompeolas, concluía en las mismas peñas.

Otros chicos, en general los de familias terrestres o terráqueas, como dicen algunos en Lúzaro, tenían más afición a ir al juego de pelota; nosotros, los de familia marinera, entre los que nos contábamos Recalde, Zelayeta y yo, nos acercábamos al mar.

¡Pobre Yurrumendi! Daría cualquier cosa por verle en la tienda de poleas de Zelayeta o en el Guezurrechape de Cay hice, contando sus cuentos; pero los años no pasan en balde, y hace ya mucho tiempo que Yurrumendi duerme el sueño eterno en el Camposanto de Lúzaro. Recalde, Zelayeta y yo ingresamos en la Escuela de Náutica.

Lúzaro es un pueblo bonito, obscuro, como todos los pueblos del Cantábrico; pero de los menos sombríos. A un hombre del norte de Europa le debe dar la impresión de una villa andaluza. Muy templado, muy protegido del noroeste, Lúzaro tiene una vegetación exuberante.

Entonces me gustaba cantar, en voz baja, zortzicos y sones de tamboril, y, al oírmelos a mismo, creía andar por las callejuelas de mi pueblo, oler el olor del heno, contemplar las rocas del Izarra azotadas por el mar, y el cielo azul pálido surcado por nubes blancas. Se comprende mi entusiasmo por Lúzaro; soy de aquí, y de aquí es toda mi familia.

¿A los dos? A los dos. El médico empezó así: Hace ya más de cuarenta años acababa yo de venir de Regil, en donde estuve dos años de médico. En aquella época Lúzaro no era como ahora; había cuatro o cinco familias que mandaban, y, entre ellas, la de Aguirre y la de Andonaegui eran de las más principales e influyentes.

La gente le encuentra a esto mucho mérito, pero yo, la verdad, no le encuentro ninguno. Era un hombre sencillo el honrado masón. Lo mismo que aquel albañil de la albañilería celeste, me sucede a mi con el mérito de mi familia de haber vivido mucho tiempo en Lúzaro. Esto no es obstáculo para que me encuentre en mi pueblo como en ningún otro.

Si por si acaso teníamos loro, para que no nos denunciase, como contaba la Iñure, le ataríamos una piedra al cuello y lo tiraríamos al mar. Zelayeta hizo el plano de la casa que construiríamos fuera del pueblo, en un alto, cuando volviéramos a Lúzaro.

Muchas veces, en mi camarote, navegando por el Atlántico o por el mar de las Indias, al pensar en Lúzaro sentía el recuerdo intenso de un monte, de una peña, de un hayal. Veía con la imaginación levantarse Lúzaro sobre el mar, con el río que penetra por su flanco, y veía los montes a un lado y a otro llenos de maizales y de robles.

De vivir hoy, ¡cómo se hubiera indignado la buena señora con las ideas del médico joven que tenemos en Lúzaro! Este médico es hijo de un camarada de mi infancia, del piloto José Mari Recalde.