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Se hallaba cansado del mar, de la vida agitada del barco negrero, y quería recalar en un rincón y pasar unos años carenándose. Yo le dije que a , por el contrario, me faltaba la vida agitada como la que llevaba en el Asia con sir Wilkins; batirme todos los días, pasar a cuchillo al que se me pusiera por delante, y morir cualquier día de un balazo en la borda de un barco.

No es fácil que un barco de comercio pueda luchar en velocidad con estas lanchas, que tienen grandes condiciones marineras. Sir Wilkins no tenia por costumbre huir, y aguardaba el ataque de los piratas. Conocía muy bien sus procedimientos y sus argucias. Hicimos verdaderos horrores.

Cerca de las islas Celebes echamos a pique, a cañonazos, tres grandes embarcaciones de piratas que venían dispuestos a tomar nuestro bergantín al abordaje. También tuvimos que dar una buena lección a unos moros ladrones de la isla de Joló. Sir Wilkins era un marino sencillamente extraordinario.

Constantemente estábamos visitando sitios desconocidos, puertos en donde no había entrado aun el europeo. Sil Wilkins, mi capitán, era un hombre de genio. Con frecuencia teníamos que batirnos, ya con los merodeadores chinos del golfo de Tonkín, como con los piratas moros que pululan por aquellas latitudes, y dan muestra de un valor y de una audacia asombrosos.

Y, a pesar de su juicio claro de las cosas y de la cantidad de experiencia que atesoraba, aun se podía decir que en él el talento era lo de menos. La maldad, la ruindad, la envidia, todo lo disculpaba. Para Wilkins el mal no era mas que la cantidad de sombra necesaria para que brille el bien.

Pasé con Wilkins cerca de ocho años, y al cabo de éstos mi capitán se retiró, ya viejo, a Sidney; yo fui a Manila, y desde Manila a Cádiz. Iba a entrar de piloto en la derrota de Cádiz a Filipinas. Mi madre me llamó, y volví a Lúzaro. Entonces conocí a la Shele. La Shele era hija de una familia de buena posición que se había arruinado. Tenía algún parentesco con mi madre.

Como todos los capitanes que llevan muchos años en un barco, él había navegado casi siempre en aquél, sabía lo que daba de su Asia, y no le pedía más. Conocía el mar de la China como pocos; lo que no sabía lo adivinaba. Wilkins era un ejemplo de lo que puede llegar un hombre cuando pone su inteligencia y sus sentidos en una especialidad.