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Es una mercancía delicada solía decir. No era el capitán de los que consideran que para cumplir como un buen negrero hay que maltratar al ganado humano. Prefería matar a un marinero que a un negro. Varias veces le reprocharon esto, y él contestaba: ¡Qué imbéciles! ¿Cómo quiere compararse un marinero con un negro? Un marinero no vale nada; lo reemplazo con otro en cualquier parte.

Mientras se marcha por el camino torcido, es inútil la brújula y el sextante; se va de escollo en escollo hasta dar el último batacazo. Allí no había nadie que me pudiera dar un buen consejo; me parecía que la vida del negrero era una gran cosa, y marchaba por el camino torcido a la ruina. El ser vasco en aquel buque constituía gran ventaja.

Cada cual buscaba el entretenimiento más en armonía con sus gustos e inclinaciones. Había un capitán negrero inglés que, según nos contó él mismo, cuando los negros se le sublevaban los ataba a la boca de los cañones y disparaba. Este capitán, cuando le cazaron, iba recogiendo negros, metiéndolos en barricas y echándolos al agua.

Aparte de esto, un hombre divertidísimo, a pesar de su cara fosca y su mirada dura. En la playa del Cabañal, la gente, reunida a la sombra de las barcas, reía recordando sus bromas. Una vez dio un convite a bordo al reyezuelo africano que le vendía los esclavos, y viendo borrachos a la negra majestad y sus cortesanos, hizo como el negrero de Merimée: desplegó velas y los vendió como esclavos.

Se hallaba cansado del mar, de la vida agitada del barco negrero, y quería recalar en un rincón y pasar unos años carenándose. Yo le dije que a , por el contrario, me faltaba la vida agitada como la que llevaba en el Asia con sir Wilkins; batirme todos los días, pasar a cuchillo al que se me pusiera por delante, y morir cualquier día de un balazo en la borda de un barco.

El capitán era un bárbaro, como todo capitán negrero de esa época. Allí, al que faltaba, ya se sabía, lo azotaban como a un perro. Zaldumbide tenía un chicote retorcido, con el cual él mismo daba un castiguillo. Llamaba así a pegarle a uno hasta dejarle desmayado. En general, Zaldumbide castigaba la mala intención, pero casi nunca la torpeza.

Iriberri me dijo que la urca en donde navegó mi tío se llamaba El Dragón y que era de una Sociedad franco-holandesa, y me dió tales detalles, que quedé convencido. Según él, mi tío, si no se había escapado o no había muerto, seguiría en presidio. Su final lo desconocía, pero era indudable que mi tío, después de andar en algún barco negrero o pirata, había sido preso.

Yo también sospechaba que usted vivía. ¿? . Un tal Iriberri, capitán de barco, me dijo dónde debía usted de estar. Iriberri, Francisco Iriberri, que mandaba el Fénix, un barco negrero.... , lo recuerdo.... Dejemos eso, si quieres.... He sido un hombre desgraciado, no criminal; puedes creerlo. Ligero, imprudente, violento; pero no malo.

En una de ellas encontré, por mi desdicha, a Tristán de Ugarte, que ha sido para uno de esos hombres providencialmente funestos, seres reclamos del mal que se ponen en el camino para arrastrarnos al vicio y a la ruina. Ugarte estaba de piloto en un barco negrero; se había marchado de él hacía unas semanas, y llevaba una vida de riñas y francachelas.

Viendo mi embarazo, el excelente hombre, que debía tomar en Nantes el mando de un negrero, me propuso partir con él; yo acepté, y diez días después estábamos a la vista del estrecho de Gibraltar: Mi buen amigo quiso dejarme en Tánger, donde yo permanecí algún tiempo; allí, el judío Zamerith, jefe de una de nuestras sectas de Oriente, me cedió las dos tartanas con sus tripulaciones de negros mudos, y , querido mío, y de propina; , pobre aspirante de marina, al que habían hecho prisionero a bordo de un yate, cuyo pasaje fue asesinado; ¡, pobre niño, que has querido unirte a mi suerte! ¿Amas, pues, al condenado? di, ¿me amas?