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Sus comunicaciones marítimas con todo el mundo, y las que los ferrocarriles le han procurado hácia España, el Mediterráneo y todo el interior de Francia, le han dado una importancia universal, en competencia con Marsella, Nántes y el Havre, que son con Burdeos los mas grandes puertos del imperio frances.

Somos aves de paso, y por mi parte, lamento no tener un par de días que dedicar a Nantes; pero, como no he hecho sino cruzarlo, desisto de ir a pedir fastidiosos datos a una guía cualquiera y me apresuro a llegar al antipático puerto de St.-Nazaire, la Guayra francesa, como le llamó el secretario cuando hubo conocido el símil en las costas del mar Caribe.

El Dragón era de una Sociedad franco-holandesa para la trata de negros, que tenía sus principales accionistas en Amsterdam, Saint-Malô y Nantes. Esta Sociedad no firmaba mas que por sus iniciales: V.d.H., Z. y C.'ía. Comparado con los de hoy, aquel barco daria rísa.

En lugar de gobernar al SE. te dirigirás al NE. porque vamos a virar en redondo y a dirigirnos a Nantes o a Saint-Malo. El hecho es que Kernok había tratado de desviar al capitán difunto del tráfico de los negros, no por filantropía, ¡no!, sino por un motivo bastante más poderoso a los ojos de un hombre razonable.

Apenas Kernok se vio dueño del buque, retornó a Nantes para reclutar una tripulación conveniente, armar su nave y poner en práctica su proyecto favorito. Y para que digáis que no hay una Providencia, apenas llegado a Francia se entera de que los ingleses nos han declarado la guerra, obtiene la autorización competente, sale, da caza a un buque mercante y entra con su presa en Saint-Pol de León.

Abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses: pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de salchichón finas y transparentes, y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana. Buen golpe de vista presentaba la mesa.

Viendo mi embarazo, el excelente hombre, que debía tomar en Nantes el mando de un negrero, me propuso partir con él; yo acepté, y diez días después estábamos a la vista del estrecho de Gibraltar: Mi buen amigo quiso dejarme en Tánger, donde yo permanecí algún tiempo; allí, el judío Zamerith, jefe de una de nuestras sectas de Oriente, me cedió las dos tartanas con sus tripulaciones de negros mudos, y , querido mío, y de propina; , pobre aspirante de marina, al que habían hecho prisionero a bordo de un yate, cuyo pasaje fue asesinado; ¡, pobre niño, que has querido unirte a mi suerte! ¿Amas, pues, al condenado? di, ¿me amas?

En el tiempo en que Nantes era uno de los centros negreros más activos de Europa, había allí pilotos de todo el mundo. El capitán Zaldumbide era hombre alto, encorvado, amojamado. Zaldumbide no hablaba apenas; tenía una mirada de través, con sus ojos encarnados, poco agradable. Se dejaba sotabarba, ya blanca, y el pelo lo llevaba largo.

Pero al día siguiente se levantó una horrible tempestad, enormes montañas de agua parecían a cada momento querer tragarse al buque que, capeando el temporal, huía ante el tiempo. En fin, después de una penosa travesía, El Gavilán recaló en Nantes, donde reparó sus averías, y después, de acuerdo con los deseos de Kernok, se hizo de nuevo a la mar para fondear una vez más en la bahía de Pempoul.

Eso de comer á lo transeunte, á lo bohemio, como si dijéramos al salto de mata, nos fastidia y nos entristece. Hemos llamado á la hija de la lechera, y la hemos encargado salchichon, jamon dulce, sardinas de Nantes, una libra de fresas, un panecillo y una botella de vino Macon. Mientras que la muchacha nos trae los recados, yo escribo esta revista á la manera que se persigna un cura loco.