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Allí, los obscuros manojos de espinacas; las grandes coles, como rosas de blanca y rizada blonda encerradas en estuches de hojas; la escarola con tonos de marfil; los humildes nabos de color de tierra, erizados todavía de sutiles raíces semejantes a canas; los apios, cabelleras vegetales, guardando en sus frescas bucles el viento de los campos, y los rábanos, encendidos, destacándose como gotas de sangre sobre el mullido lecho de hortalizas.

Los rábanos, berengenas, lechugas y otros manjares por el mismo órden con que se alimentaban los penitentes solitarios, eran poco adecuados para criar mantecas; y aunque algunos tenían un cuervo ú otro caritativo pajarraco que diariamente les llevaba un pan, tampoco medraban mucho, pues el pan seco, más que otra cosa, es mortificación y abstinencia.

La fama de su hazaña la había precedido a Ica, adonde llegó una mañana, armada de asta y rejón, y abocándose a su marido le dijo: A Lima, señor mío, y a su casa si no quiere usted que haga en su personita otro tanto de lo que hice en la de Vilches, y lo deje tal que no sirva ni para simiente de rábanos.

Don Modesto, que infirió que la buena mujer iba a armar sus baterías, fiel a la neutralidad que había prometido, se despidió, dio media vuelta a la derecha y tocó retirada; pero no sin que la tía María le diese un par de lechugas y un manojo de rábanos.

Abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses: pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de salchichón finas y transparentes, y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana. Buen golpe de vista presentaba la mesa.

Pues yo te la doy, ¡cien rábanos! exclamó el guerrillero sulfurándose . Mira, dame agua otra vez; tengo mucha sed; tu secreto me sabe a hiel y vinagre. Bebió, y después, cavilando un poco, dijo como si masticara las palabras: Además, antes de hablar de reconciliación es preciso determinar bien quien es el ofendido y quien el ofensor. Te quejas de que te he perseguido y hablas de mis crueldades.

estás tonto y hablas más de la cuenta. Yo sólo te diré que no te desesperes. Ta enfermedad puede curarse todavía. Con cuatro tiros.... ¡Rábanos! no sufrirá que sea por la espalda. No serán por ninguna parte. Estás enfermo y exaltado. Yo te juro que se harán esfuerzos grandes por salvarte. ¿Y quién me salvará, ? ¿? dijo Garrote con desprecio. Podrá ser. No he venido a otra cosa.

¿Vienes a ponerme a prueba?... Con cien mil rábanos, hombre, que seas benigno dijo Navarro empezando a enfurecerse . ¡Y luego me dirá el médico que tenga paciencia, que no me sulfure, que no se me suba a la boca y a los ojos la hiel de mis entrañas!... Oye , menguado, por no darte otro nombre, ¿vienes a gozarte en mi desgracia, viéndome enfermo y sin fuerza para castigar un insulto, o vienes a espiarme por encargo de los masones?

También yo he visitado hace poco nuestra villa y se me han caído las alas del corazón al verme forastero en mi pueblo natal. A me perseguían de noche no qué sombras que salían de aquel negro caserío. Todos los perros del pueblo me ladraban ¡mil rábanos! con furia horripilante. También a .

Departiendo despues amigablemente sobre el carácter de esta maravillosa ciudad, hemos convenido en que no extrañariamos que el mejor dia se levantara aquí un edificio suntuoso, con el título de PALACIO DEL MERCADO. Tal es la comezon que tienen los franceses por relucir, que no nos causaria sorpresa ciertamente que dieran un palacio á los conejos y á las perdices; á la manteca y á los huevos; á las coles, á las patatas y á los rábanos.