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Contestóle Diógenes una de sus indecentes paparruchas, que rieron todos en coro, y detúvose, en efecto, en el balneario para beber una enorme copa de ginebra, que tomó, según su costumbre, echando antes en el fondo un par de terrones de azúcar. Volvióle el alcohol la salud y la alegría, y desde Cestona hasta Azpeitia charló sin cesar, comentando, con grandes risas de todos, su tremendo batacazo.

El Nacional, conmovido aún por la cogida del maestro y su tremendo batacazo, quería saber si sentía dolores y si era asunto de llamar al doctor Ruiz. Na: una caricia na más... A no hay toro que me mate.

No hay averías importantes dijo MartínAdelante! Los viajeros entonaban un coro de quejas y de lamentos. Desengancharemos y montaremos a caballo dijo Bautista. Yo no. Yo no me muevo de aquí replicó la superiora. La llegada del coche y su batacazo no habían pasado inadvertidos, porque, pocos momentos después, avanzó del lado de Viana media compañía de soldados.

Así las cosas, dió don Aquiles el gran batacazo, cuando menos se esperaba.

El batacazo era terrible: imposible levantarse. Antonio desapareció. ¿Y nada ha sabido usted de su hijo? dijo Yáñez, interesado por la lúgubre historia. ; a los cuatro días. Lo pescaron frente a Barcelona; salió envuelto en redes, hinchado y descompuesto... Usted ya adivinará lo demás.

Tan contrario era esto al natural plácido de Frasquito, y a su timidez y buena educación, que seguramente había perturbación cerebral grave, por causa del batacazo. No se sabe dónde pasó el resto de la noche: se cree que estuvo alborotando en las calles de Mediodía Grande y Chica.

Empecemos por la malaventurada inscripción que tantos afanes había costado al alcalde ilustrado, de oficio herrero, el cual solía decir que el hierro no era más duro que las cabezas de sus subordinados; inscripción que había causado además un tremendo batacazo al maestro de escuela y tres días de flatos a Rosa Mística; pero que, en compensación, había hecho pasmar de admiración a don Modesto Guerrero.

Acercáronsele entonces Gorito y Leopoldina, temerosos de que el batacazo de por la mañana comenzara a tener consecuencias, y esta, con verdadero interés, le dijo: Mira, Diógenes, estás malo y es necesario que te vea el médico.

De rondón, y sin decir oste ni moste, se entró en mi casa y en mi cuarto para asaltar mi honestidad, cuando estaba mi marido ausente. ¡En qué peligro me he encontrado! ¡Qué compromiso el mío y el suyo! D. Gregorio llegó cuando menos lo preveíamos. Y gracias a que tropezó en un banquillo, dio un batacazo y soltó algunas de las feas palabrotas que él suele soltar. Si no es por esto, nos sorprende.

De la cual novedad llegó a enterarse por los comentarios de su padre a cada batacazo del expediente, que no salía de un atolladero sino para caer en otro más hondo.